¡Larga vida a los libros de papel!

/ 23 de Enero de 2015
María Angélica Blanco Periodista y escritora.
María Angélica Blanco
Periodista y escritora.

Qué gigantesca diferencia existe entre un e-book y un libro de papel. Para mí, el e-book es un lagarto disecado y frío y,  peor aún, una mariposa inerte clavada en un insectario. Qué deleite siento cuando percibo la pulsión de los latidos de un libro de papel mientras recorro, palpo y acaricio sus hojas con la yema de mis dedos. Hundo mi nariz entre su follaje y aspiro su olor a tinta cuando es nuevo. Y cuántas nostalgias me invaden al sumergirme en mis viejos libros amados, con aroma a recuerdos perdidos en el tiempo, su papel amarillento y gastado por la pátina de los años. 

Entre mis predilectos existe un Poemario de Amado Nervo que perteneció a mi padre. Tiemblo de emoción cuando lo leo porque entre sus páginas reposan los pétalos de las rosas blancas más bellas que corté del jardín de una amiga el día de su funeral. También hay vestigios de llanto en el poema que me recitó con ese libro en la mano, un par de meses antes de morir. Estaba muy lúcido y en paz consigo mismo, como el hombre justo y sabio que fue, cuando le pedí que me enunciara un verso: “En el ocaso de mi vida, yo te bendigo vida. Amé, el sol entibió mi faz, vida nada te debo, vida estamos en paz”, me dijo y apretó mi mano. Es cierto, se fue en paz.

Otro de mis queridos libros reúne las obras completas de Federico García Lorca, un obsequio de cuando cumplí  quince años. Sus tapas de cuero derraman fragancia, sus hojas papel Biblia tienen la suave textura de la seda. Lo llevé en un viaje a España y no  me despegué de él al conocer Granada, tierra natal del  poeta. En Granada nació y en las afueras de Granada, en Viznar, fue asesinado brutalmente durante la Guerra Civil española. Antes de ser detenido, Lorca estuvo un tiempo en la casa de campo de sus padres, la Huerta de San Vicente, hoy museo. Aún no puedo creer que recorrí esa casona, que caminé por la habitación de Federico en puntillas y que estuve en el balcón de su habitación, en la que compuso gran parte del Romancero Gitano. Al salir, paseé por los jardines y cogí algunas hojas de los naranjos en flor y las coloqué dentro del libro. Aún permanecen allí, intactas, esas hojas de los naranjales que alguna vez divisó Lorca desde su balcón.

Remarco con tinta las frases predilectas de mis libros, dibujo florcitas en los párrafos más hermosos, escribo pensamientos, mis libros y yo palpitamos al unísono y somos cómplices en la alegría y en el dolor. Libros amados, compañeros de viaje de tantas rutas, en sus hojas veo el entramado de mis propias venas, jamás los reemplazaré por un frío e-book, desprovisto de vida. Por eso, porque un libro digital  no huele a nada, ni conserva aromas, lágrimas o algunos granito de arena de playa entre sus hojas, ni polvo de algún camino, elevo mi voz para clamar: ¡Larga vida a los libros de papel!

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