Santiago de Chile, 2012. Jerónimo (Cristóbal Palma) es un solitario administrador de una antigua casona nuñoina que renta habitaciones a extranjeros para luego intrusear en sus pertenencias. Eso hasta que llega Sanna (Ragni Orsal Skogsrod), una atractiva noruega que revoluciona su vida, sus hábitos y sus mañas. Pero, justo cuando Jerónimo comienza a dar confianza e interesarse en ella, descubre que ésta tiene un secreto y esconde algo en su casa.
Esta trama es la que da vida a Las cosas como son, el segundo largometraje de Fernando Lavanderos tras su recordado debut con Las vacas vuelan, en 2004. Y, al igual que en aquella historia, nuevamente nos ofrece la mirada que los europeos tienen de nosotros y de nuestro país.
En Las cosas como son todo es bastante sencillo y claro, partiendo por los personajes. Jerónimo es un tipo extraño -aunque con look a la moda- solitario, huraño, de esos que dan la impresión de que ocultan algo. De clase acomodada, todo indica que su trabajo le llegó como herencia familiar.
La moral de Jerónimo también es un tanto dudosa: tiene el hábito de sapear las pertenencias de los inquilinos, husmear en sus ropas, tomar olores y fotografiar sus correspondencias, con la justificación final de que “en su casa, él hace lo que quiere”.
Sanna, en tanto, es su contraparte. Sociable, entusiasta, invita a Jerónimo a salir por Santiago, se saca fotos con él, conversan y discuten. El barbudo aún se mantiene parco y pusilánime, sin embargo está totalmente enganchado con ella.
A Sanna, en una primera impresión le da la sensación que Chile vive un ambiente de libertad y que la gente es feliz. Sin embargo, el tiempo y las circunstancias le darán una segunda impresión: “En Chile mucha gente está como tú: tienen miedo de todo”, le dice a Jerónimo.
Las cosas como son es otra película chilena que se enmarca en el Santiago de hoy, cosmopolita, globalizado, como en su momento fueron Play, La buena vida, Qué pena tu vida o Gloria, entre otros largos de ficción de los últimos años. Y tal como en Y las vacas vuelan, Fernando Lavanderos vuelve a lo que ya parece ser su leit motiv: la mirada que los extranjeros tienen sobre nosotros, como una sociedad llena de desconfianzas, de personajes como Jerónimo, ocultos en sus búnkers individualistas, insertos en una negatividad que critica todo y que espera que alguien más solucione los problemas. Y por cierto, profundamente sumergida en el egoísmo, la no inclusión y sus latentes conflictos de clase.
El guión se desarrolla con una progresión sicológica interesante, de la mano de diálogos muchas veces irónicos, y una cámara en mano que explora interiores y recovecos de una casa que a ratos puede resultar hasta siniestra. Es que hay un momento en que Las cosas como son pudo tomar la opción de transformarse en un thriller o comedia de suspenso. Sin embargo, Lavanderos es un director que no teme al riesgo: lo suyo son las historias sobrias, con actores desconocidos y recursos minimalistas. Una apuesta que le ha traído réditos, si juzgamos la variedad de reconocimientos que Las cosas como son ha obtenido a la fecha, como el premio al Mejor Largometraje Latinoamericano en el Festival Internacional de Mar del Plata en 2012 (tipificado como Clase A) y los premios Especial del Jurado y el de la crítica especializada en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, entre otros. Y es que el egresado de la Uniacc no es solamente otro tipo con ganas de hacer una película y ver qué pasa: es un director -aún en inicio, pero director- con algo que decir. Y eso siempre es una promesa.