Las enfermedades gritan lo que el alma calla

/ 8 de Junio de 2020

De nuestra biblioteca

Este artículo fue publicado en 2015, por lo que algunos datos podrían haber cambiado.

Los sentimientos no expresados, o desbordados, claman por ser atendidos. Nos envían señales, en forma de dolores o enfermedades, para hacerse escuchar. Quieren llamar nuestra atención sobre algo que no hemos visto, que ha quedado en los profundo de nuestro inconsciente, y que debemos sacar a la luz para trabajarlo y superarlo. Quienes se dedican a ayudar a las personas a encontrar esas emociones, afirman que una vez modificada la conducta, cambiado el pensamiento limitante o recontextualizado el episodio traumático vivido, nuestro cuerpo sana. Sólo hay que aprender a escucharlas.

 

Por: Cyntia Font de la Vall P. /Fotografía: José Carlos Manzo.

A fines de los ‘70, el Dr. Ryke Hamer, entonces jefe de internistas en la clínica oncológica de la Universidad de Münich, en Alemania, era un médico exitoso. Gozaba del reconocimiento y respeto de sus pares y había formado una familia feliz, constituida por su esposa, también médico, y cuatro hijos.

Esta idílica realidad cambió en agosto del ‘78 cuando, en medio de la noche, recibió una llamada telefónica que le anunció una fatídica noticia: a su hijo de 17 años le habían disparado.

Tres meses más tarde el joven murió y, poco después, a Hamer, quien “había sido sano durante toda su vida”, le diagnosticaron un cáncer testicular. Intuyendo que el desarrollo de esta enfermedad podía estar directamente relacionado con la pérdida de su hijo, investigó la historia de vida de pacientes de cáncer. Su hipótesis era que también ellos podrían haber sufrido algún conflicto o trauma severo antes de ser diagnosticados.

Sus investigaciones arrojaron algo sorprendente: todos los pacientes encuestados habían enfrentado episodios traumáticos e imprevistos, para los que, por supuesto, no estaban preparados, antes de desarrollar el cáncer.

La constatación de esta relación mente-cuerpo fue todo un hallazgo, aún cuando esta conexión ya había sido entendida por la medicina china hacía siglos. Sin embargo, en una época marcada por avances médicos y tecnológicos, esta idea de que las emociones pudieran provocar efectos nefastos para el cuerpo fue entendida por sus pares casi como una blasfemia.

En esos años la medicina hacía gala de grandes descubrimientos, como el diagnostico de enfermedades congénitas antes del nacimiento, y estaba ad portas de que la ingeniería genética permitiera la creación de vacunas contra la hepatitis B, la gripe y la varicela, así como de la erradicación de la viruela y del descubrimiento de un nuevo retrovirus, el VIH, causante del SIDA.

Así, cuando el médico presentó su estudio como tesis post-doctoral, la Universidad de Tubinga se negó a probar su investigación y a aprobar sus descubrimientos, a pesar -dice- de que se hicieron unas 30 verificaciones científicas, tanto por profesionales independientes como por asociaciones profesionales. Es más, Ryke Hamer cuenta que le pidieron renunciar a estas ideas y, tras negarse, en 1986 fue despojado de su licencia médica, situación que persiste hasta hoy.

Así y todo, continuó sus investigaciones y descubrió, al analizar tomografías del cerebro de sus pacientes, comparándolas con sus expedientes médicos, que cada patología, ya no sólo el cáncer, era controlada desde distintas áreas del cerebro. Así, desarrolló una tabla científica (base de la Medicina Germánica) que ilustra la relación biológica entre la psiquis y el cerebro en correlación con los órganos y tejidos de todo el cuerpo humano. Luego, a partir de este nuevo entendimiento de que toda enfermedad tenía una causa emocional, nació lo que se conoce como Biodescodificación.

Emociones que nos enferman

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Las biodescodificadoras Cecilia Sandoval y Macarena Prieto cuentan que la única forma de sanarse es escuchando al cuerpo, a la biología, al síntoma, y que desde ahí se inicia el proceso curativo que busca erradicar ese programa inconsciente que nos obliga a actuar de determinada manera.

La década de los ‘90 trajo consigo la integración de la inteligencia y los sentimientos, y se acuñó el término “inteligencia emocional”, entendida como la capacidad de comprender los sentimientos propios y ajenos, y controlar las emociones de forma positiva. Pero, ¿qué tanto se podía lograr al trabajar las emociones? ¿Podía esto, basado en los descubrimientos de Hamer, convertirse en una herramienta que permitiera sanar el cuerpo?

La respuesta vino de la mano de numerosos investigadores, quienes se propusieron descubrir la causa emocional de las enfermedades y desarrollar técnicas que permitieran acceder al inconsciente del individuo, “rastreando” qué emoción los estaba enfermando. 

Anclados en la existencia del “inconsciente” en cada persona, descubrimiento de Freud, refrendado por Jung, quien suma el término “inconsciente colectivo”, el estudio de este nuevo paradigma avanzó a pasos agigantados, sentando las bases de lo que se conoce como Bioneuroemoción, Biodescodificación o Desprogramación de Enfermedades.

Fundamental en este proceso fue el trabajo del biólogo molecular Bruce Lipton, que descubrió que los genes no son más que un sistema de almacenamiento que transmite información entre generaciones, y que es el entorno y las situaciones de vida, las que los activan. Tomando todo esto, Christian Fleché, de quien fue discípulo Enric Corbera, quizás el más conocido biodescodificador, desarrolló lo que llamó la Biodescodificación Biológica Original, técnica que permite al terapeuta ser un “acompañante” en el proceso de sanación de sus pacientes, utilizando la conversación guiada, la programación neurolingüística, la hipnosis ericksoniana y los mapas genealógicos como herramientas para acceder a su inconsciente.

Este enfoque terapéutico se basa en la idea de que la enfermedad, sea funcional, orgánica o sicológica, no es otra cosa que un programa biológico cargado de sentido, es decir, que trata de decirnos algo.

¿Y si la enfermedad fuera una aliada? 

Seguidoras de este método, las biodescodificadoras Cecilia Sandoval y Macarena Prieto, atienden  pacientes a quienes les explican que la única forma de sanarse “es escuchando a su cuerpo, al síntoma. Eso es la guía con la que los conducimos para iniciar su proceso curativo, que busca erradicar ese programa inconsciente, suyo o de sus ancestros, que está generando la enfermedad”, afirma Cecilia.

Macarena agrega: “La biología te habla a través del cuerpo, mostrándote algo que está escondido. Te hace un regalo, quizás de una manera un poco cruel, pero te está brindando una oportunidad para sanar. Es más, en la medida que tú vas liberando esas emociones, también liberas a tu descendencia, porque recontextualizas ese inconsciente colectivo”.

Detallan que la información que se encuentra en el inconsciente (programas) activa un síntoma o una enfermedad para adaptarse a un schock emocional. “El inconsciente es un niño de dos años siempre, y no puede diferenciar entre realidad e ilusión. Nosotras acompañamos al paciente en esta búsqueda de la emoción oculta que gatilló la enfermedad, para así favorecer su sanación mediante la liberación y transformación de esa emoción”, dicen, agregando que ya hace años Jung dijo: “La enfermedad es el esfuerzo que hace la naturaleza para curar al hombre”.

“Al llegar a esa emoción no expresada por razones de crianza o creencias, la persona se hace consciente de ella, la pueda expresar verbalmente y así comienza su proceso de sanación, a través del autoconocimiento y el crecimiento personal”, enfatiza Macarena.

Así, a través de la hipnosis, retroceden junto al paciente hasta el momento en que vivió aquello que en en su minuto no supo afrontar (recontextualizan la situación), brindándole los recursos que necesitaba (como por ejemplo, la protección de sus padres durante un accidente en su infancia que le provocó sensación de abandono, que se repite en la vida ante otras situaciones de pérdida o de desprotección), y lo traen de vuelta al presente con esa situación ya superada. Añaden que todos traemos insertos cientos de programas, propios o heredados, que nos hacen actuar de cierta forma, pero que sólo se activan cuando nos toca vivir experiencias parecidas a la que gatilló, en nosotros o en nuestro antepasado, el problema. “Cuando te descodificas comienzas a hacer un ejercicio cotidiano, empiezas a estar más alerta a las señales que te da tu cuerpo, comienzas a cambiar tu forma de actuar y, a la vez, también cambia tu entorno, es acción y reacción”.

Cuentan que a veces llegan padres que quieren descodificar a sus hijos, “pero la verdad es que los niños son, de alguna forma, inmunes a las enfermedades. Sus padecimientos son reflejo de lo que les sucede a los papás, y es con ellos con quienes debemos trabajar. Hasta los tres años -o hasta los siete, dicen otros autores-, los problemas son netamente de la mamá; después de eso, y hasta los 10 o 12, de ambos padres o de quien viva con ellos”, señalan.

“La biodescodificación es un trabajo que involucra mucho amor, mucho respeto al paciente, que te conecta con la sensación de perdón, hacia ti mismo y hacia los otros. De hecho, estamos convencidas de que la biodescodificación es la evolución de la medicina, que avanzamos hacia el día en que el médico general atienda con un biodescodificador al lado, para tratar, en conjunto, el síntoma y la emoción que lo causa”, puntualiza Cecilia. 

“Es sano expresar las emociones”

En 2014, la ACHS informó que el porcentaje de licencias médicas por enfermedades profesionales asociadas a trastornos mentales mostraba un aumento sostenido en los últimos años. Así, de un 25 % de licencias por salud mental entregadas el 2011, se pasó a un 48 % en 2014, casi el doble. “Esto nos habla de cómo ha aumentado en nuestra sociedad la prevalencia de enfermedades asociadas a la salud mental, definida por la OMS como un estado de bienestar en el que la persona es consciente de sus propias capacidades y puede afrontar las tensiones normales de la vida. Es decir, está asociado a las emociones, al uso de tus potencialidades, a los vínculos que estableces y a la calidad de los ambientes”, detalla la sicóloga laboral, Carla Boggioni.

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La sicóloga laboral, Carla Boggioni, señala que hoy sufrimos de “analfabetismo emocional”, pues no conocemos nuestras emociones, no logramos identificarlas, entenderlas o ralacionarnos con ellas.

Es prudente al señalar que si bien hay evidencia que apoya la idea de que las emociones positivas se asocian a menor mortalidad y que disminuyen el riesgo de enfermarse, y que las personas más felices adoptan prácticas más salutogénicas (ejercicio, sueño, alimentación) “no podría responsablemente decir que la causa de todas las enfermedades sea emocional”.

“Hoy se habla mucho de que nuestras emociones están enfermas y no es así. Ellas cumplen una función, son saludables y es sano expresarlas. El problema es que las personas tienden a adjudicarles una connotación positiva o negativa, y no hay emociones buenas y malas, es nuestra interpretación de la situación la que falla. Es sano sentir pena o rabia, el problema está en cómo lo expresamos y en nuestra dificultad para conseguir un adecuado equilibrio entre ellas”.

La sociedad vive hoy un momento económico y social de mucha tensión, en que la inmediatez “la lleva”, con gente permanentemente estresada, siguiendo modelos exitistas y consumistas y donde impera la desconfianza. Esto detona la hipersensibilidad, a nivel de emociones, y tensiona al cuerpo, que busca protegerse porque se siente amenazado. “Esa tensión permanente, esa emoción sostenida, puede ocasionar problemas físicos, como contracturas musculares, migrañas, inflamación del colon, problemas al estómago, insomnio, alzas de presión. Nos han enseñado que cuerpo y mente son cosas separadas, pero no lo son. Frases como: ‘uno viene a trabajar, no a hacer amigos’ o ‘los problemas se dejan en casa’, te envían el mensaje de que tienes que bloquear tus emociones. Se entiende como una señal de madurez el tener las cosas controladas, pero no es así. La mente está tan convencida de que tiene que lograr objetivos, que debes seguir trabajando, aunque estés cansado o enfermo, que el cuerpo sigue el ritmo, pero eso en algún momento pasa la cuenta y te enfermas”.

La sicóloga agrega que sufrimos de “analfabetismo emocional”, no conocemos nuestras emociones, no logramos identificarlas, entenderlas o relacionarnos con ellas. “Como no sabemos qué sentir,  lo vivimos con culpa. Incluso, muchas veces, ‘bypaseamos’ las emociones: si estás triste porque en tu trabajo no te valoran, en vez de llorar, te enojas; pasaste a la ira, ‘bypaseaste’ la tristeza. Y ahí hay otro tema: hay emociones que son más aceptadas socialmente. La pena, por ejemplo, no tiene mucho estatus. Al que llora se le cree débil, en cambio al que siente rabia se le ve más poderoso, cuando todas las emociones son igual de importantes”, afirma. 

Usted puede sanar su vida 

Louise Hay, conocida representante del movimiento del Nuevo Pensamiento y de la Ciencia de la Mente, además de reconocida escritora de libros de autoayuda, no siempre tuvo una vida feliz. Sus padres se divorciaron cuando ella tenía casi dos años, fue violada por un vecino a los cinco y su madre volvió a casarse con un hombre violento que maltrataba y abusaba sexualmente de Louise. A los 16 quedó embarazada de uno de los hombres con los que se relacionó en esos años, bebé al que dio en adopción. A los 28 se casó pero, tras unos años, su esposo la abandonó, “justo cuando comenzaba a creer que las cosas buenas podían ser duraderas”, ha comentado. Fue entonces que se volcó a las prácticas espirituales, aprendiendo que cada uno es responsable de sus experiencias, incluidas las enfermedades, y que puede cambiar su vida si modifica su modo de pensar y sentir. Cuando le diagnosticaron un cáncer al útero, lo entendió como la manifestación del resentimiento que “devoraba” su cuerpo. Decidió no operarse ni someterse a tratamientos médicos, optó por terapias naturales y averiguó sobre el pasado de sus padres, quienes también habían sido maltratados de niños. Con trabajo personal consiguió liberarse de ese resentimiento, perdonar, y su cáncer desapareció.

En sus libros, afirma que podemos sanar nuestro cuerpo si eliminamos las creencias limitantes, y que las enfermedades nos mandan un mensaje muy claro para que cambiemos y nos superemos, despertando nuestra capacidad de sanarnos, equilibrando cuerpo, mente y espíritu. “Debemos estar dispuestos a liberar y perdonar, se puede curar prácticamente todo, pues la palabra ‘incurable’ sólo significa que ese trastorno no se puede curar por métodos externos, sino trabajando nuestro interior”.

Misma opinión tiene la terapeuta Maritza Berrocal, quien, a través de fitoterapia, aromaterapia, reiki, imanes y flores de Bach, ayuda a sus pacientes a superar enfermedades físicas y emocionales. “La medicina integrativa no sólo se hace cargo del cuerpo físico, sino también del mental, el espiritual, el emocional y el energético, pues cuando logras equilibrarlos todos, consigues estar armonizado y sano”.

Es enfática al señalar que, por lo aprendido y por su propia experiencia, toda enfermedad tiene una causa emocional. “Se ha comprobado que si se trata sólo el síntoma, al poco tiempo éste vuelve, porque no se trabajó con la emoción que estaba desbordada o estancada. El tratamiento conlleva un aprendizaje, un autoconocimiento, cuyo resultado es que ese dolor desaparezca o se atenúa lo suficiente para desarrollar una vida normal”.

Agrega que cuando este proceso de autoconocimiento se realiza a tiempo, incluso se puede evitar que aparezcan enfermedades más serias. “De emociones como la culpa o la rabia se puede desarrollar un cáncer, o comienza a fallarte el hígado o el estómago, por ejemplo. El autoconocimiento te brinda las herramientas emocionales para que tú puedas sobrellevar, y hasta curar, una lesión o enfermedad. Tengo pacientes que lograron revertir cánceres, porque no se dieron por vencidos y buscaron otras maneras de sanarse: cambian su alimentación, hacen terapias, se hacen cargo de la situación, se responsabilizan de lo que les está sucediendo y sanan, de adentro hacia afuera”.

Pero, ¿cómo se logra convencer a un paciente de que la enfermedad, o dolor tan terrible que sufre, los generó él mismo? Responde que en sus terapias no trata de convencer a nadie de nada, “ellos lo aprenden, lo entienden, a partir de la autoconciencia, de ese reconocerse. De hecho, la evaluación es absolutamente intuitiva, el trabajo con flores de Bach señala inmediatamente cuál es la emoción implicada, encontramos la raíz emocional del problema, sin mente, porque muchas veces la mente bloquea las emociones. Al trabajar de esa forma se logran resultados positivos”.

Señala que este proceso no tiene nada de mágico, pero sí mucho de esfuerzo diario. “Cuando se tiene una enfermedad es porque dejamos que las emociones nos invadieran y, finalmente, nos anularan, o porque permitimos que la mente nos llevara frecuentemente hacia pensamientos negativos que, de tanto repetirlos, se potenciaron. El paciente debe tomar conciencia de esta realidad y, conscientemente, revertirla. Yo les entrego herramientas para que puedan autosanarse, como afirmaciones positivas que deben repetir varias veces al día para lograr integrar esa idea, porque la sanación no llega sola, detrás hay trabajo, hay voluntad de querer cambiar y sanar”.

¿Qué determina que sea un órgano y no otro el que desarrolle una enfermedad? “La medicina china plantea que cada emoción se aloja en un órgano determinado. Por ejemplo, la rabia, el resentimiento y la frustración afectan al hígado, mientras que la tristeza o la culpabilidad, al corazón”, señala, agregando que hay patologías que no se pueden curar, pero sí sanar. “La diferencia es que la curación implica eliminar la enfermedad; la sanación, en cambio, es aceptar ese síntoma que tienes, de la mejor manera, para que no te haga más daño o genera enfermedades más serias”.

Aprendizaje de vida

La historia de Maritza Berrocal y su propia autosanación sorprenden. Dos de sus hijas nacieron con osteopetrosis, una rara enfermedad genética cuya principal característica es la existencia de estructuras óseas demasiado densas. “Con Constanza, mi primera hija, lo detectamos a los ocho meses, y decidimos intentarlo todo. Vivíamos en Temuco, y nos trasladamos a Santiago buscando especialistas. El médico nos dijo que viajaría a Estados Unidos para buscar más información porque acá no se sabía mucho de la enfermedad. Al volver nos informó que la única posibilidad de salvarla era un trasplante de médula, algo complejo por lo difícil de encontrar alguna compatible, ya que ni mi marido ni yo lo éramos. Nos fuimos a Estados Unidos, buscando en todos los bancos de sangre alguna que lo fuera. Encontramos una que implicaba un 50 por ciento de probabilidad de éxito, lo intentamos, pero ella la rechazó. Falleció a los dos años”, cuenta con una tranquilidad que asombra. 

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La terapeuta Maritza Berrocal es enfática al señalar que, por lo aprendido y por su propia experiencia, toda enfermedad tiene una causa emocional.

Confidencia que, incluso, tratando de generar alguna opción para Constanza, se embarazó de Javiera, su segunda hija, buscando encontrar esta médula compatible, pero tampoco lo fue.

Años más tarde, y contra todo pronóstico, pues se estaba realizando un exhaustivo tratamiento para regular su propio cuerpo, procedimiento que no permitía que se embarazara, Maritza descubrió, a los tres meses, que estaba esperando a Camila, su tercera hija, quien también nació con osteopetrosis. “Vivimos todo de nuevo, pero esta vez fue distinto. Ya con la primera el equipo médico que la atendía me había aconsejado aprender reiki para ayudarla, y constatamos los cambios que generaba, pues ésta es una enfermedad muy dolorosa, ya que los bebés nacen con un sistema óseo formado por huesos rígidos, por lo que su flexibilidad está limitada y moverse les duele. Sin embargo, gracias al reiki, mis hijas no sufrieron ningún dolor, nunca debimos aplicar analgésicos o antiinflamatorios”.

Relata que incluso la muerte de ambas fue distinta. “Con Constanza viví toda la impotencia que significa enfrentarse como mamá a esto, hacer todo lo que esté en tus manos, entrar y salir de hospitales, viajar, visitar especialistas. Con Camila fue distinto. Me di cuenta de que el buen morir tiene que ver con hacerlo en forma digna, en paz. La primera falleció conectada a mil máquinas, entubada, con mucho miedo porque estaba sola, ya que no me permitían estar ahí; la segunda, en cambio, murió en absoluta tranquilidad. Estábamos las dos en la clínica, mi marido había debido viajar fuera de Temuco. Lo llamé y le dije: ‘Estaciona el auto para que te despidas de Camila’. Y él lo hizo, comenzó a hablarle, a decirle cuánto la quería, y ella se reía, y repetía ‘papá, papá’, feliz. Luego entró la doctora y me preguntó si la entubaríamos, le dije que no, que quería que se fuera tranquila, como estaba en ese minuto. Entubarla no la iba a salvar, sólo iba a prolongar, en malas condiciones, unas horas más su vida. Nos quedamos las dos, solitas, y falleció, feliz, en mis brazos. Se acurrucó, yo le hablaba, y fue apagándose de a poquito, en paz”. 

Cuenta que la experiencia les enseñó, a ella y a su marido, ambos entonces personas muy estructuradas, “que nada es seguro, que no tenemos control sobre nada”. Esto fue un aprendizaje de vida, una invitación a disfrutar, en el aquí y en el ahora, sin postergar la felicidad para después”.

Tras lo vivido, inició un proceso de autosanación. Logró convertir ese dolor en una experiencia de vida, que la impulsó no sólo a transformar su existencia y a ayudar a otros a superar sus propios dolores, físicos o emocionales, sino que también le dio un nuevo sentido a su vida, y la llevó a tener el coraje para ser mamá por cuarta vez, de Paula, a través de la adopción.

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