Las ruinas de la industria del Gran Concepción: Únicas, grandes, nuestras

En el pasado fueron empresas reconocidas de la Región. Hoy, sólo viven en la memoria histórica o en los recuerdos de aquellos que tuvieron la suerte de conocerlas apogeo productivo. Recorrimos algunos de estos patrimonios industriales y conocimos sus historias de auge y caída. 

Este artículo fue publicado en marzo de 2018, por lo que algunos datos podrían haber cambiado.

Son parte del paisaje del Gran Concepción. Algunos las esquivan porque suelen ser lugares lúgubres y solitarios. Los menos, en cambio, las miran de vez en cuando con un dejo de nostalgia, por la historia que aún transmiten sus ruinas, testigos silenciosos de una robusta industria que en un pasado no muy lejano fue el principal pilar económico del Biobío.

Y es que desde la mitad del siglo XIX y gran parte del XX, la Octava Región se caracterizó por su fuerte desarrollo industrial, fomentado en un primer periodo por la explotación de las minas del carbón y por la producción molinera, que continuó luego, gracias al impulso y patrocinio del Estado de Chile. Varias industrias manufactureras comenzaron a establecerse en el Biobío, pues vieron aquí una especie de diamante en bruto, una oportunidad para el crecimiento y el desarrollo urbano.

“Fue una época dorada. (…) La industria construyó escuelas, parroquias, teatros, gimnasios; pavimentó calles e instaló alcantarillados, fundó villas y patrocinó matinés, fiestas sociales y clubes deportivos; también, imprimió la prensa local”, cuenta Boris Márquez Ochoa, historiador y Director de la Biblioteca Municipal de Concepción.

La población, asimismo, valoró esta presencia industrial frente a la inminente demanda de productos básicos en áreas textiles, agrícolas, ganaderas, entre tantas otras. “Las comunidades añoraban las chimeneas, que eran para ellos un símbolo de progreso y adelanto”, dice el historiador Márquez.

Pero ese esplendor tuvo su declive a finales del siglo XX. La fuerte competencia de las importaciones, las crisis económicas e incluso la aparición de sustitutos acabaron con tradicionales e históricas factorías del Biobío. Las construcciones donde se emplazaron estas empresas son, en algunos casos, el único legado material que va quedando de una era pasada que tuvo auge y caída.

Seleccionamos algunas de ellas, que ya sea a través de sus grandes construcciones o de sus escombros, pilares y murallas agrietadas, siguen estando presentes. Son sitios únicos, cargados de historia y que se resisten al olvido.

Keller y CCU: la más antigua

Casi al comienzo de la avenida Pedro de Valdivia, en Concepción, se encuentran las ruinas de lo que fue la Compañía de Cervecerías Unidas (CCU). La historia de esta construcción comenzó en 1871, cuando los hermanos Víctor y Carlos Keller decidieron instalar una fábrica a vapor para producir cerveza y malta. La empresa fue bautizada como Cervecería Keller.

Por aquellos años, la cerveza y otros brebajes alcohólicos de preparación local tuvieron un manifiesto auge. Ayudó a ello que como la industria de los cereales también tenía un rol importante en la zona, la bebida, preparada a base de cebada o a veces trigo, rápidamente se popularizó por todo Concepción y sus alrededores.

“Surgieron muchos emprendimientos de inmigrantes europeos y de gran éxito también, por la carencia de agua potable en muchos sectores”, explica Boris Márquez. A falta del vital elemento, buenas eran las cervezas.

Algunos ejemplos notables fueron la Compañía Cervecería Valdivia, sucesora de Anwandter, ubicada en calle Salas, Concepción; la Cervecería Alemana Blanca, de Jorge Lämmerman, en Lota; o el emprendimiento de los hermanos Serra, en Penco.

En 1907, la Cervecería Keller se fusionó con la empresa de Otto Schleyer, oriundo de Talca. Esta reestructuración ayudó al crecimiento de la empresa, y para 1910 ya producían dos y medio millones de litros por año. Su especialidad eran la Pilsener, Malta y Bock, aunque también se elaboraba la Tip-Top, una reconocida bebida gaseosa de la época.

El personal de la cervecería rondaba en las 100 personas. Se dividían en operarios y  empleados. Se cuenta que a comienzos del siglo XX, muchos de estos trabajadores eran niños.

En 1924, la cervecería Keller es traspasada a la propiedad de Compañía de Cervecerías Unidas (CCU). De ahí en adelante se mantendrá operativa hasta 1999, cuando finalmente cerró sus puertas.

Actualmente, las ruinas de esta manufactura son el establecimiento industrial más antiguo del que aún quedan restos en la ciudad.

“Recuerdo que hace unos 10 años se hizo una feria artesanal ahí, y fue impresionante cómo ocuparon cada uno de los compartimentos de la bodega. Hoy se le podría dar una ocupación similar (…) Hay que ver el trasfondo histórico que tiene esta gran estructura”, opina Luis Darmendrail Salvo, arquitecto, creador del sitio web Historia Arquitectónica de Concepción y miembro activo de la organización Patrimonio Industrial Biobío.

Ballenera Macaya e Hijos

Durante el siglo XIX y parte del XX, las ballenas fueron perseguidas y cazadas, especialmente por su apetecida carne y aceite, el que era utilizado como combustible para lámparas, sobre todo en las minas de carbón.

En el Biobío, la familia Macaya  estuvo ligada a este rubro. Hoy, una ruina que se encuentra en Caleta Chome, en la comuna de Hualpén, es una huella de ese extinto pasado industrial.

La historia dice que alrededor de 1883, el lotino Juan Macaya Aravena comenzó, desde la Isla Santa María, con la cacería de ballenas.

Estos mamíferos gigantes, que fueron inspiración para aventureros, escritores y artistas, abundaron por las costas de esta Región.

“Talcahuano, por ejemplo, fue un sitio predilecto para los cazadores, principalmente estadounidenses”, cuenta el historiador Márquez.

Esta industria familiar supo de éxitos y dificultades. Desde un comienzo tuvieron que competir con balleneras de otras partes del mundo, como Estados Unidos, Noruega e Inglaterra, que operaban de forma mucho más industrializada.

Y si bien sus procesos pudieron ser más artesanales, esto no limitó la producción de Macaya e Hijos, a tal punto que tuvieron su auge en pleno siglo XX, entre 1956 y 1962.

El esplendor de la ballenera, que primero se ubicó en caleta Chome y luego en el fundo Los Lobos, en la península de Hualpén, va a acabar en 1982, cuando cierran definitivamente sus faenas debido al decreto de veda de la ballena que prohibió su caza.

En Chile la industria también fue cayendo lentamente. Si en 1972 se cazaron 350 ballenas en el país, para 1976 sólo 60 fueron capturadas por todo el territorio nacional.

“La disminución va por la extinción de la especie y también por las organizaciones civiles que pedían un alto a su caza”, agrega el historiador Márquez.

Actualmente, en caleta Chome se conservan sólo ruinas de la ballenera. Como una forma de preservar esa historia de aventuras marinas y caza de cetáceos gigantes, todos los años la localidad realiza la fiesta del Changai, un crustáceo típico del lugar, que tiene un particular tamaño. Ésa es la oportunidad para dar a conocer el producto local, pero también para transmitir a las nuevas generaciones  su pasado ballenero.

Cosmito, la mega granja

El ingeniero maderero Manuel Suárez Braun tenía cinco años cuando conoció por primera vez la Granja y Lechería Cosmito, en Penco. En aquella oportunidad, estaba acompañando a su abuelo, Egidio Braun, ingeniero, contratado en Alemania en 1890, para realizar el montaje industrial de la Refinería de Azúcar de Penco.

“Esa vez nos recibió don Otto Waisinger, un alemán asentado en Chile que estaba encargado del criadero. Con él recorrimos la lechería, los gallineros y el criadero de cerdos. Recuerdo que como niño me impactó el tamaño de estos animales que parecían hipopótamos”, rememora Manuel Suárez.

El proyecto de la Granja Cosmito surgió desde la Compañía Refinería de Azúcar de Viña del Mar (CRAV) que, en 1941, previendo una baja producción de caña de azúcar, comenzó a explorar alternativas de negocios.

Surgió así la idea de producir alimentos en un fundo de 330 hectáreas, llamado Cosmito. Producían leche, huevos, carnes de cerdo e incluso hortalizas. El proyecto se le encomendó en gran parte al ingeniero agrónomo austriaco Walter Zwillinger, quien destacó por su trabajo práctico y visionario durante su estada en el país.

La granja, que tenía cerca de 150 trabajadores, fue reconocida por la calidad y frescura de sus productos. “Don Hugo Pinto Bustos, quien fue administrador de Cosmito, me contó hace algún tiempo que llegaron a importar 20 vaquillas de Canadá. Una de esas vacas venía preñada y obtuvo incluso un premio por tener record nacional de producción de leche”, cuenta Manuel Suárez.

Cosmito contaba con cerca de 5.000 gallinas ponedoras; una lechería que se inició con 100 vaquillas importadas desde la Granja La Martona, en Argentina, y una producción anual de más de 7 mil cerdos, que se caracterizó por tener una menor proporción de grasa.

La tecnología e innovación estuvieron además siempre presentes. En la lechería, por ejemplo, se hacían rigurosos controles de la producción láctea diaria e incluso los toros del fundo fueron parte del banco de semen de una Unidad de Inseminación Artificial que fue pionera en el país. Asimismo, el mismo estiércol de los gallineros, crianza y engorda de cerdos y pesebreras de vacas y caballares servía para las tareas de labranza. Los productos que se cultivaban eran el maíz, trébol, avena y arvejilla.

El fin de Cosmito, a manos de CRAV, ocurrió aproximadamente en 1947. Luego, el sector fue ocupado por otros dueños, pero no con la misma escala de producción, hasta la década del ’70. Actualmente sólo se conservan algunas ruinas de lo que fue esta granja.

Los motivos de su cierre fueron económicos, por la fuerte competencia de otras empresas dedicadas también a la agricultura y ganadería.

Para Manuel Suárez ésta fue una oportunidad perdida, pues se pudo haber seguido fomentado los cultivos y la crianza de animales o bien haberse asociado con la Universidad de Concepción -que contaba con fundos colindantes a Cosmito- para haber iniciado en conjunto la carrera de Agronomía.

Bellavista Oveja Tomé

El rubro textil ha sido uno de los más importantes en la Región del Biobío. En Concepción, destacaron fábricas como Paños Bío-Bío, fundada en 1919, y en Chiguayante, las textilerías Caupolicán, de 1902, que luego es comprada por la familia Calderón, cambiando su nombre a Machasa;  El Tigre, de 1920 y Tejido de Punto, de 1909.

Pero la primera gran industria textil del Biobío fue Bellavista Oveja, fundada en 1865, en Tomé, por el empresario Guillermo Gibson Délano Ferguson. Durante varios años fue una de las principales industrias textiles de Latinoamérica.

La producción de telas en Bellavista Oveja Tomé fue a gran escala. En 1872 se producían 1.200 metros de paños finos y de uso común. Cuando estalló la Guerra del Pacífico (1879-1883), la empresa fue adquirida por el alemán Augusto Kaiser. Durante este periodo se encargó a la fábrica confeccionar los tejidos para los trajes que usarían los militares chilenos durante el conflicto. Las materias primas con que se hacían las telas provenían de la Patagonia chilena y argentina.

Para comienzos del siglo XX, la fábrica tenía a Carlos Werner como nuevo dueño, quien además va a impulsar la modernización y la ampliación del complejo industrial a la ciudad, con la construcción de una iglesia, un mercado, una escuela, un gimnasio y casas para los trabajadores de la empresa.

El apogeo viene después de la era Werner. De ahí en adelante la empresa llegará incluso a exportar sus productos a Europa. Sus lanas eran altamente cotizadas por su calidad dentro de todo el continente latinoamericano.

“En 1940 , más del 70 por ciento del consumo de tejidos de lana correspondía a plantas de la provincia de Concepción, mientras que en Tomé el 46 por ciento de sus habitantes eran trabajadores textiles”, detalla el historiador Boris Márquez.

En 2008, la fábrica se declaró en quiebra y cerró sus puertas durante dos años. Actualmente se encuentra operativa y es arrendada por el Grupo Sabat.

En 2017 el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional y actualmente cuenta con diversos proyectos en carpeta, como la instalación de un café y restaurante en su frontis, que buscan rescatar los más de 150 años de tradición textil.

Brañas Mathieu y su incierto futuro

El rubro molinero impactó en la Región. Por la ciudad han pasado varios. Algunos de ellos marcaron historia, como el Santa Rosa en Concepción, que pasó a ser después El Globo; Köster, en Coronel, y Collén, California, Bellavista y Caracol, en Tomé.

Pero Talcahuano también se lució con sus molinos, pues la ciudad no sólo ha dependido de la actividad pesquera. El puerto tuvo entre 1860 y 1930 un auge de la molienda triguera, que involucró todo un despliegue de esfuerzos nacionales y foráneos. De hecho, la inversión extranjera en este rubro provino especialmente de potencias europeas, como Alemania, Francia e Inglaterra.

Un edificio de cuatro pisos, que ha soportado los terremotos de 1939, 1960 y 2010, se encuentra en la calle 7 del Cerro Cornou. La mayoría de la gente apodó a la estructura como “Brañas Mathieu”, aunque esos apellidos corresponden a los propietarios de otro molino que funcionó cerca de la plaza de Talcahuano.

La historia de esta edificación, que se encuentra en buen estado, comienza allá por el 1886 y se extiende hasta 1905. Se trató de una instalación que fue ocupada como molino con tecnología a vapor. Su propietario se llamó Ricardo Trewhela O’Sullivan, ingeniero mecánico inglés, nacido en la ciudad de Belfast, Irlanda del Norte.

Hoy pesa sobre el edificio una orden de demolición tras el 27/F. Arquitectos, historiadores y organizaciones como Talcahuano Patrimonial trabajan para que sea declarado Monumento Histórico y así evitar su desaparición.

El molino conocido como Brañas Mathieu es uno de los pocos vestigios que van quedando del auge de la molienda del trigo, el mismo que llegaba hasta la estación de ferrocarriles de Talcahuano y era descargado en vagonetas que se desplazaban sobre rieles por un túnel bajo la avenida almirante Villarroel y el callejón Gálvez.

Al rescate urgente

El patrimonio industrial biobense vive en todas estas obras arquitectónicas, algunas mejor conservadas que otras, por eso preocupa su rescate y conservación.

Porque además de las industrias citadas, no está de más señalar otras de gran relevancia, como el muelle Ex Enacar, que al momento de su construcción fue el más largo del país (1862); el aporte de vidrios Schiavi, que aún preserva su fachada; la antigua imprenta Schaub de Chiguayante; el complejo habitacional de la CRAV en Penco, y la amplia red ferroviaria, extendida por toda la Región, que arribó a Concepción en los ‘70 y permitió la importación y exportación de recursos necesarios para el desarrollo.

“Se debe crear con urgencia un archivo del patrimonio industrial, donde se rescate la memoria individual de antiguos trabajadores, la documentación contable, catálogos, impresos periódicos, se proyecten exposiciones y conversatorios (…) El patrimonio industrial es el patrimonio contemporáneo de la Región”, opina el historiador Márquez.

En la organización penquista Patrimonio Industrial del Biobío vienen haciendo un esfuerzo hace más de dos años por reconstruir la historia y compartir conocimiento. Actualmente, disponen de una página web http://patrimonioindustrialbiobio.cl/ que contiene un completo catálogo de sitios industriales en las principales comunas de Biobío.

“Cuando hablamos de edificios industriales no sólo nos referimos a arquitectura, sino a una forma de vivir la ciudad que es muy distinta a la que tenemos hoy. (…) Muchas veces la gente no tiene idea de lo que pasa en Concepción, y  de todos los rincones históricos que esconde”, dice Karina Ruiz Salgado, historiadora y parte de la organización Patrimonio Industrial Biobío.

Por eso, en 2016 y 2017, para el Día del Patrimonio, la agrupación organizó una cicletada histórica. Se trató de un circuito en dos ruedas por Concepción que incluyó patrimonio industrial, como la cristalería Schiavi, la fábrica de zapatos Gacel y la antigua central termoeléctrica de Concepción, una construcción de 1925, ubicada en calle Ricardo Claro 956, demolida en marzo del año pasado, y que se trajo completa desde Alemania.

En esa ocasión, se relató la historia de cada fábrica, pero también se recalcó cómo en el pasado estas industrias se relacionaban con sus comunas y habitantes.

“Las empresas tenían políticas muy proteccionistas y se vinculaban con su comunidad (…) Creo que esa parte de la historia se debe destacar. Hay que articularse con las distintas organizaciones públicas y privadas, para orientarse al desarrollo futuro, valorando la historia local y protegiendo estos lugares. De este modo se podría también crear una red intercomunal o metropolitana de turismo ligada a lo industrial”, agrega el arquitecto Alejandro Valenzuela López, también integrante de la agrupación.

La época de oro de las industrias locales acabó a finales del siglo XX. Con la aparición de productos más competitivos, y a un menor precio que los ofrecidos por estas empresas, no quedó más opción que cerrar -definitiva y literalmente- las puertas de sus edificios.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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