El marketing se encarga de facilitar los intercambios y transacciones, y su evolución ha estado acompañada del estudio del comportamiento humano. Por ello, el marketing sabe mucho de nuestras conductas, y activa mecanismos que permiten inducir “dirigidamente” nuestros procesos decisionales. Aquí presento algunos eventos no casuales de una actividad que no da tregua. Es que el marketing sabe…
Sabe que el color naranjo estimula el apetito, y que la música rápida invita a comer más rápido, aumentando la rotación de mesas y rentabilizando los espacios. La música lenta y la luz tenue, en cambio, relaja e invita a comidas más largas, con mayor gasto en una carta más costosa.
Sabe que si estamos deprimidos, somos más propensos a comprar, pues este acto nos reporta placer dada la liberación de dopamina, neurotransmisor que nos brinda la sensación de estar bien. Entonces, ir de shopping se transforma en una terapia.
Sabe que mientras menor sea la edad en la que nos conectemos con una marca o un producto, mayor es la probabilidad de que lo mantengamos en el tiempo. Por ello, las empresas lanzan categorías “Kids”, no sólo para vender hoy, sino que a largo plazo.
Sabe que el pasado lo recordamos mejor de lo que fue, y que estamos sedientos de cualquier vestigio de éste. Así, muchas campañas utilizan música y otros códigos que nos transportan a ese “sitio rosa”.
Sabe que en nosotros funciona la “neurona espejo”, que permite empatizar con las emociones de otros, imitando rápidamente sus conductas de compra y consumo. Cuando vemos a alguien feliz con un nuevo producto, también lo queremos.
Sabe que la fotografía de fruta en una mermelada evoca lo natural y fresco, que la espuma en el champú es interpretada como mayor poder limpiador, o que la pasta dental de sabor fuerte da sensación de mayor limpieza. Son los denominados “signos de justificación percibida”.
Sabe que nuestro ego es clave, trabajándolo no sólo a nivel de atención de público, sino también en la infraestructura, con probadores que cuentan con luz suave, y espejos que nos hacen ver más delgados, pero sólo un poco, para que no notemos la distorsión.
Sabe que el 67 % de las compras impulsivas son producidas por el “poder de molestar” de los niños en una sala de ventas; por ello, los sectores de espera o cajas son el lugar ideal para despertar una “pataleta vendedora”.
Sabe que la culpa y el miedo son estímulos de venta más poderosos que la promesa de éxito; de ahí que las campañas de desodorantes o jabones, que matan el 99 % de los gérmenes, tengan tan buenos resultados.
Sabe que no sabemos lo que ellos saben. Por ello, la próxima vez que tome un producto en un supermercado, que acepte probar un perfume, o se mire en el espejo en un probador, tome consciencia de que nada es casual.