Lota desconocida: patrimonio olvidado

/ 23 de Agosto de 2016

El hallazgo realizado por arquitectos de la Universidad del Bío- Bío dejó al descubierto unos planos que daban cuenta de la existencia de decenas de galerías construidas bajo el mar, que conducían a los mineros a enfrentarse con las vetas de carbón más lejanas. Esa Lota desconocida es hoy una especie de leyenda de la cual no hay registros visuales ni descriptivos. Sólo vive en la memoria de quienes picaron los yacimientos antes del cierre de las minas, en 1997.

Por Ximena Perone/ Fotografías: José Carlos Manzo.

 

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El edificio de la Compañía Carbonifera e Industrial de Lota, como fue denominado entre los años 1933 y 1964, actualmente se encuentra en avanzado estado de destrucción.
El parque Isidora Cousiño, la mina Chiflón del Diablo y el pueblito minero son sólo algunos de los lugares patrimoniales rescatados y posibles de visitar por los turistas que llegan hasta la comuna minera. Pero hay más, porque parte del esplendor industrial que alguna vez tuvo Lota sigue todavía vivo en enormes estructuras que aguardan desaparecer en el patio trasero de la ciudad.
En el sector Chambeque se encuentran los cerca de veinte edificios de la empresa Nacional del Carbón, Enacar. A pesar de estar restringido el paso, no es difícil colarse entre los fierros oxidados para comenzar a descubrir una Lota oculta para el común de los viajeros y por qué no, también para sus habitantes.
Es un escenario industrial muy imponente. “Son obras que reflejan el esplendor que tuvo la ciudad a mediados del siglo XX, y aún en el estado de ruina en que se encuentran, pueden mostrar la potencia y la monumentalidad que significó esta industria”, explica el estudiante de Arquitectura Nicolás Moraga, quien es parte de un grupo de investigación que escudriña este pasado minero.
Caminamos por estas ruinas del pasado y podemos ver los piques, enormes construcciones que eran las encargadas, como un ascensor, de sumergir a los mineros a veces hasta cientos de metros bajo el mar. Una vez abajo, comenzaría otro camino, el de llegar hasta la veta del carbón. Se trasladaban en carros de transporte hasta seis kilómetros bajo tierra, mar adentro, más una hora a pie para llegar al frente de trabajo.
En este sector de la comuna podemos ver profundos agujeros, convertidos en peligrosos expiques abiertos, que permiten, incluso, escuchar el sonido del mar. Parece una ciudad fantasma, una especie de “Humberstone lotino”, que habla con sólo mirarla. Unos metros hacia el borde costero es posible contemplar gigantescas estructuras, edificios que literalmente cuelgan en los acantilados, esperando caer, como en cámara lenta, hacia la playa.
Es un patrimonio en peligro y que puede desaparecer. Fue este paisaje el que atrajo las miradas de tres académicos y arquitectos de la Universidad del Bío-Bío, Ignasio Bisbal, María Dolores Muñoz y María Isabel López. La histórica actividad industrial de esta ciudad fue lo que les motivó a desarrollar diversas investigaciones, no sólo sobre lo que allí aconteció en su época de esplendor, sino también cómo fue que ese escenario fabril cambió con el paso de los años. En esa búsqueda, llegaron a los archivos de la Empresa Nacional del Carbón, Enacar. Entraron en sus oficinas y comenzaron a hurgar entre el polvo y el pasado. Allí dieron con algo que les sorprendió. Entre los antiguos documentos se encontraban unos planos que mostraban cerca de 14 kilómetros de galerías mineras subterráneas, que comenzaban en Coronel y terminaban en Laraquete. Por primera vez podían tener una imágen real de la dimensión que alcanzaron las construcciones submarinas de la industria del carbón. Eran galerías de las cuales poco o nada se sabe, pues ni siquiera los propios mineros podían describir el entorno en el que trabajaban largas jornadas, pues lo hacían casi a oscuras.
“Éste es un lugar fascinante, un paisaje oculto que, por alguna razón, no llega a formar parte del imaginario colectivo. No hay imágenes, ya que las descripciones de los propios mineros sobre el espacio en que se encontraban son muy fragmentarias”, explica el arquitecto español y académico Ignasio Bisbal.
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Las primeras explotaciones del carbón comenzaron en 1844, con la formación de la Compañía Cousiño e hijo. En 1997 se efectuó el cierre definitivo de las minas de Lota.
Su relato lleva a pensar en una especie de Atlántida, de la que jamás se conocerán más detalles, pero que, sin embargo, permite entender la monumentalidad de las construcciones que aún están presentes en el paisaje superficial, tremendamente fragmentado y olvidado.
Un mundo subterráneo que se complementó con lo investigado por la arquitecto María Isabel López, quien comenta que cada vez que vuelve al lugar, hay algo que ya no existe. “Es triste ver cómo el paisaje comienza a desaparecer. Falta un sistema o un protocolo que se encargue del territorio cuando la minería se acaba. Debe haber una responsabilidad de la empresa con los territorios, más allá de lo productivo”, comenta.
Los piques que existen hoy en Lota han sido declarados monumentos nacionales. Pero para el académico Ignasio Bisbal, es algo que queda sólo en el papel: “No existen medidas efectivas y concretas que se apliquen para su conservación, que ayuden a preservarlo, a ponerlo en valor, y allí falla la iniciativa”. Ésa también es parte de la Lota oculta y desconocida, son vestigios mudos del paso del tiempo, que se caen a pedazos, que simbolizan la dureza y sacrificio de la clase obrera. Una población tan herida por el cese de las minas, que aún no puede salir de los peores índices de desempleo del país desde el cierre de los yacimientos en 1997.
 

Los héroes del carbón

La Lota minera fue tan vasta como la precariedad soportada por los obreros del carbón. Cuatro horas les tomaba ir y volver desde las profundidades de la mina. Se trasladaban miles de metros en trenes subterráneos, dejando el día a sus espaldas. Allí se enfrentaban a lo desconocido, al gas grisú, a los desprendimientos, a las caídas. Afuera, a plena luz, les esperaban sus familias, muchas veces hacinadas. Aguardaban el salario, el sustento diario. En los días de más escasez, el pan minero, llamado “pan de Lota”, era el único bocado. Los niños observaban a sus padres y aprendían el oficio que sería su futuro. Pero los mineros estaban organizados. En una asamblea sindical, y ante el inminente cierre de chiflones, que dejaría a muchos sin trabajo, luchaban por obtener mejores condiciones de trabajo, mejores viviendas, escuelas y alternativas industriales.

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Expansión de los socavones submarinos en Lota y Coronel en base a carta 1:50.000 de ENACAR, 1965 (inédita) y Crorkan 1983 : 216.
En 1960 se vivió la marcha más grande que se recuerde en la zona. Registrado en el Reportaje a Lota, de Román y Bonacina, miles de familias resistieron durante 93 días en huelga, hasta que decidieron marchar, desde Lota hasta Concepción. Hombres, mujeres y niños protestaron, a pie, 40 kilómetros bajo la lluvia, para lograr más dignidad en sus condiciones de vida.
Años antes, el poeta Pablo Neruda describe así su encuentro con este rincón de Chile: “Las poblaciones de Lota y Coronel están junto a un mar sin alegría, al ronco mar gris de las costas australes del sur de Chile. Una historia de lucha y de martirio cubre las vidas de los hombres, de los indomables héroes del carbón. Los he visto salir de la profundidad, tiznados y cansados, avanzando hacia sus arrabales inhumanos”.
El exdirigente sindical de mineros del carbón Victor Hugo Tiznado, además de hacer honor al destino en la coincidencia de su apellido, recuerda lo difícil que era trabajar en aquellas condiciones. “Ellos salían de la mina con sus caras tiznadas y los esperaban sus mujeres, o ‘viejas’, quienes se trasladaban a los lavaderos, fuera de los pabellones, a restregar las ropas de sus esposos”. También recuerda los accidentes recurrentes a los que se enfrentaban: muchos de sus compañeros murieron y otros tantos lo harían más tarde, producto de enfermedades pulmonares. “Hasta 1965, las condiciones fueron muy duras. El gas grisú a veces era indetectable y el polvo provocaba la silicosis. Los sueldos eran miserables”. Tiznado lamenta que Lota gire en torno a los Cousiño, pues la opulencia de su pasar contrastaba violentamente con el sufrimiento de sus trabajadores.
Para el exminero, Lota fue el pilar de la actividad sindical en Chile. Por ello piensa que hubo razones políticas para detener su actividad, más allá de la competencia, surgida por el mineral proveniente desde otros puntos del planeta, con precios más atractivos para la industria.
 

Reconversión a la nada

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Son más de veinte edificios los que componen este paisaje industrial olvidado. El pique Carlos era uno de los más extensos. Los mineros bajaban 500 metros y trabajaban en una galería de nueve kilómetros.
En 1997 no sólo se durmieron las grandes estructuras de esta industria. Los mineros debieron dar la espalda a su pasado y mirar un futuro incierto. Fue la llamada “reconversión del carbón”. Enacar cerró sus puertas y el gobierno de Eduardo Frei anunció una serie de medidas que paliarían la dramática situación que se avecinaba. Pero poco quedó de aquello: Lota actualmente encabeza las listas del INE en índices de cesantía. Los más afortunados lograron un trabajo, algunos estudiantes pudieron gozar de becas, pero la mayoría de los mineros no prosperó en los empleos que se destinaron para combatir la cesantía.
Víctor Tiznado critica fuertemente los planes de emergencia. “Llevamos prácticamente 18 años con esos planes y la gente ya se acostumbró, porque la reconversión fracasó. Muchos cayeron al alcohol, las familias se separaron, es muy duro. Los jóvenes se van, aquí no hay posibilidades de trabajo. Estamos con casi cinco mil programas de emergencia que se extendieron, sin otros esfuerzos estatales para mitigar la difícil situación laboral”.
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El famoso pique Carlos (que junto a los denominados Alberto y Arturo son parte de los declarados monumentos nacionales) actualmente funciona como bodega municipal, principalmente de escombros.
La “Chabelita”, como llaman en Lota a Isabel Seguel, tiene una visión de su comuna y su pasado que no es tan diferente a la de su coterráneo.
Ella tiene 50 años, es hija y nieta de minero, y jamás olvidará sus días de infancia. “Lota tenía mucha vida, no había gente parada en las esquinas, todos conocíamos los horarios de los turnos de la mina. Mi padre me llevaba a las asambleas, entrábamos al sindicato y oíamos cómo se pensaba en esos espacios. Eran debates con mucha fuerza y eso me gustaba mucho. Enacar le daba mucha vida a Lota”. Aún recuerda el llanto de sus familiares, todas ligadas a la extracción del carbón, el día del “cierre”. “Nunca creímos que ese día llegaría, siempre pensamos que la mina no iba a cerrar”, recuerda con emoción. Dice también que este capítulo dejó dolorosas secuelas, vigentes en la comuna. “La gente lleva más de 15 años trabajando en los programas de emergencia, sin poder aspirar más allá que al sueldo mínimo, y no es la solución; hay que industrializar la comuna”, pide.
 

El turismo es la esperanza

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El antiguo muelle de Lota. Por aquí se embarcaba el carbón extraído desde las minas. Actualmente se realizan los estudios para recuperarlo y transformarlo en un hito turístico de la ciudad.
Pero no  todo parece haberse perdido. Las ruinas industriales de Enacar pertenecen a Corfo y ya comienzan a aparecer señales de que podrían reflotar, al menos, parte de un retazo de la historia de Lota.
La Dirección de Obras Portuarias del MOP contempla en sus proyectos estratégicos la recuperación del muelle de Enacar. Poner en valor el patrimonio histórico para que, a través de él, se pueda activar el turismo. Para el director de Obras Portuarias, Marcos Araneda “ésta recuperación beneficiará a la gente, a través de los servicios ligados al turismo; para eso ya se inició un estudio, que derivó en un convenio de trabajo en conjunto con la Corfo, el cual ya está firmado, y en otro de cooperación con la Dirección de Arquitectura y el Sernatur”.
La recuperación del muelle es la prioridad, busca poner en valor este lugar, abrirlo a la población, generar un espacio público para proyectar el turismo: “La idea es abrir el muelle pero también abrir el sector Chambeque, los túneles, y unir estos proyectos con el parque de Lota, y para ello se van a generar las reuniones de trabajo con Enacar, Corfo y la Corporación Baldomero Lillo, para que funcione operativamente y sea sustentable en el tiempo”.
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Esta imagen da cuenta del estado de abandono en el que se encuentra el patrimonio industrial de Lota. Una enorme estructura que terminó en el borde de la playa.
El objetivo es de largo alcance y se ha proyectado a cinco años. Para el director de Obras Portuarias, es una iniciativa que debe ser “trabajada con Monumentos Nacionales, siendo lo más complejo evaluar el estado actual de las estructuras”.
Así, con estos avances, se abre una esperanza para recuperar parte del vestigio industrial, y no sólo eso: seguro se podrá entender mucho mejor la historia de una de las ciudades más avanzadas para su tiempo de todo Chile. La que contó con Chivilingo, la segunda central hidroeléctrica de Sudamérica; con el primer tren eléctrico bajo el mar, con la primera conexión telefónica y con una de las actividades sindicales más cohesionadas de nuestra historia. Chile está aún en deuda con Lota. Las riquezas generadas tras casi un siglo de actividad, no se quedaron aquí y el pueblo lotino aún espera. Quiere salir de la pobreza y desesperanza que provocaron las minas del carbón, después de su cierre.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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