Desde tiempos inmemoriales la sociedad se ha agrupado con fines administrativos, políticos, bélicos, culturales o económicos, permitiendo la conformación de unidades territoriales que abarcan desde aldeas hasta imperios, pasando por países, estados, regiones, provincias y comunas.
La organización territorial de Chile ha sido uno de los mayores desafíos de nuestros mandatarios. Durante la Colonia (1596-1786) éramos una gobernación dependiente del Virreinato del Perú, de la cual se desprendían 12 provincias. Luego, vino un proceso de concentración con sólo dos grandes Intendencias: Santiago y Concepción, de las que dependían las diferentes ciudades. Recién, en 1811, el Primer Congreso Nacional incorporó a Coquimbo como una tercera Intendencia.
Desde entonces hemos visto una serie de cambios de organización político-administrativa que tienden a consolidar los territorios que conocemos como provincias. Eso hasta que en 1969 se conformaron 12 regiones y una zona Metropolitana, a las que se sumaron dos en 2007.
Hago este ejercicio de perspectiva histórica pues en las últimas semanas hemos sido testigos de que la idea de Ñuble Región está muy próxima a concretarse.
En lo personal, me parece que este territorio de 21 comunas a su haber cuenta con muchas condiciones para responder al desafío de ser una región autónoma y soltar las vinculaciones administrativas de la otrora Región que albergó y compartió los frutos de su desarrollo desde la época colonial.
Una segunda exigencia derivada de este reto es contar con la inteligencia que capitalice las sinergias existentes entre las provincias que compartimos un territorio en común y, más aún, fortalecerlas con la incorporación de otras regiones o provincias a una unidad que contrapese la gravitación de la Región Metropolitana en materia de presupuestos, habitantes, infraestructura, capital humano y, en definitiva, de oportunidades para su gente.
La física plantea que un agujero negro es una concentración de masa tan elevada que genera un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella. Es precisamente eso lo que está sucediendo con nuestra megaconcentrada capital nacional.
Por qué no pensar en Ñuble Región dentro de una macrozona, comprendida entre los ríos Maule y Toltén, donde, a pesar de su autonomía política, sus habitantes puedan beneficiarse -en conjunto con otras provincias- de este pacto, y alcanzar beneficios económicos, sociales y culturales asociados a proyectos comunes. Ésta sería una buena forma para no ceder ante la antigua estrategia romana para conservar su poder político: “Divide et impera”.