Más respeto por las canas

/ 20 de Agosto de 2018

Chile envejece más rápido que el promedio. Mueren pocos, nacen menos. El fenómeno demográfico nos obliga a pensar que hay que preparar el mundo para el nuevo escenario, pero no sabemos si queremos hacerlo. Es que la vejez nos da miedo. La esquivamos y la segregamos, porque creemos que es sinónimo de dependencia y enfermedad. Pero el peor mal de la adultez mayor es el abandono y la falta de empatía de los que son más activos. El cariño y la paciencia es la medicina que la mayoría de los abuelos necesita para pertenecer e insertarse en esta sociedad moderna y vertiginosa. 

Por Loreto Vial. | Fotografía José Carlos Manzo.

 
La puerta del bus se cierra bruscamente. Desde el primer asiento un abuelo lanza un grito ahogado, penoso.  La mano de Nemesio quedó atrapada en la maniobra y se retuerce de dolor. Dice que se bajará en Serrano, que vive a unas cuadras de Freire, en Concepción, y que le avisen cuando esté cerca. Su llanto seco desconsuela debajo del letrero: “Preferencial tercera edad”.

El acompañamiento es fundamental para que las personas mayores vivan felices la última etapa. Eso los aleja del dolor, del estrés y de la posibilidad de generar problemas de salud.
Cuántos años tiene ese señor, vestido de impecable cotona blanca. ¿Podrá llegar bien a casa cargando el carrito y el maletín que portaba, los que seguramente pesan tanto como su historia? Me bajo y lo acompaño siete cuadras hasta el lugar donde reside. Tiene 84, fue empleado público, se casó con la mujer más linda, pero que murió joven. Recibe una pensión, vive solo en una pieza y casi no ve a sus hijos, porque están muy ocupados. Uno es carabinero. Dice que, gracias al cielo, él es independiente y le llegan sus pesitos de la pensión.  Le duele la mano, se la cubre con un pañuelo. Al terminar me bendice, me cuenta que hace mucho tiempo no habla de su vida, que no me olvide de Dios y que le saque una foto para que lo recuerde. Que él se acordará de esta caminata hasta siempre.
Nemesio es uno de los 350 mil adultos mayores que vive en la Región del Biobío, y parte del 16 % de los chilenos octogenarios que marcan las estadísticas del INE, según los datos del último Censo.
Es ejemplo de una nueva realidad social que se advierte hace décadas, y que comienza a reflejarse desde ahora en nuestro país. Chile envejece y es así por la baja natalidad y la baja mortalidad que es tendencia gracias a los cambios culturales, los avances de la medicina y a la transformación de las conductas sociales.
Según la organización HelpAge, que publica el Índice Global de Vigilancia del Envejecimiento, éste es un fenómeno global en ascenso. Se estima que en 2050 el número de personas mayores en Latinoamérica se duplicará ya que, actualmente, hay más mayores de 60 años que niños menores de cinco.
Las proyecciones que se hacen en nuestro país coinciden. En 2025 se estima que habrá 100 adultos mayores (de 60 o más años) por cada cien menores de 15 años. 
La interrogante es si estamos preparados como sociedad para este nuevo escenario. Por una parte, la vejez se asocia, además del deterioro físico, a un declive en la situación económica. De los 3 millones y algo más de población de la tercera edad, 600 mil vive apenas con una pensión de 104 mil pesos.
Lo anterior, sumado a las condiciones emocionales, abandono e incomprensión que sobrellevan las personas mayores, hace que el panorama de la vejez no sea el más feliz. Y los estudios lo avalan así.
Los mayores de 80 años tienen la tasa más alta de suicidios del país, con 17,7 suicidios por cada 100 mil habitantes, seguido por las personas de entre 70 y 79 años, que tienen una tasa de 15,4. El promedio nacional es de 10,2, según estudio realizado por la Universidad Católica.
Con desconsuelo, la prensa hace eco de casos dramáticos en que los abuelos deciden morir antes de ir a un asilo, cuando se sienten desamparados por la soledad y enfermedad, o cuando no tienen dinero ni redes de apoyo. Es ése el lado más oscuro de la vejez.
La directora regional del Servicio Nacional del Adulto Mayor, Senama, Sigrid Ramírez Arias, comenta que desde su institución están trabajando para dar una nueva visión de los mayores. “Cómo enfrentamos la vejez es un problema de todos. Aquí intervienen varios actores: la familia, los vecinos, los amigos y el entorno. Cada uno tiene una responsabilidad de saber, de conocer cuál es la situación de quienes están cerca y asumir un rol. Hay que tomar conciencia ahora, porque los adultos mayores serán un grupo cada vez más grande conforme avanzan los años”, explica la autoridad. Sin ir más lejos, indica que en estos momentos en la Región del Biobío existen más de 500 personas de 100 años y más.
Cita un ejemplo de ese desamparo y cuenta que, en terreno, se conmovió con el caso de una adulta mayor de Chiguayante, en una situación muy desmejorada. Aparte de su condición de salud y propia vulnerabilidad, debe hacerse cargo de dos hijos con necesidades especiales, uno con esquizofrenia y el otro con autismo. “Los vecinos ni siquiera sabían las condiciones en que vive y eso es triste. Lo mínimo es sentir empatía por quienes están a nuestro alrededor y pertenecen a nuestro entorno . Debemos tener conciencia, porque nuestro país cada vez aumentará el número de adultos mayores, gracias al fortalecimiento de las políticas de salud, los avances de la medicina y otros factores”, recalca.
 

Vivir más, pero no ser viejo

La cultura ha impuesto modelos en que los viejos quedan al margen. Se dice que todos queremos vivir más pero nadie quiere ser viejo. Incluso hay quienes sostienen que así como hay racismo, machismo o clasismo, existe también  un “viejismo”.
Sigrid Ramírez indica que se debe erradicar la visión errada que se tiene de la vejez, pues si bien hay casos que impactan, que son tristes y desoladores, los adultos mayores que son dependientes corresponden sólo a un 14 % del total. “El resto es una población independiente que tiene muchas ganas de trabajar para sentirse activa, de capacitarse, viajar y pertenecer a grupos de intereses similares. Es lamentable, pero según encuestas de percepción que manejamos, las personas creen que el adulto mayor es un ser dependiente o una carga para la sociedad. Pero definitivamente no es así, pues más del 80 % de esa población es activa y está cada vez más empoderada”.
No por nada esta Región es una de las más organizadas en el segmento mayor y tiene una mayor cantidad de representados en las organizaciones nacionales de adultos mayores. 
La autoridad reconoce, sin embargo, que la vulneración de los adultos mayores es mucha y que a veces proviene de las personas que menos deberían provocarla. Abundan casos en que familiares, e incluso los propios hijos, los obligan a firmar documentación para apropiarse de dinero o bienes; otros los engañan, los olvidan o fríamente aguardan su muerte para repartirse herencias. Por eso esperan que el próximo año se den las condiciones para mejorar el asesoramiento desde el Senama y otorgar a los adultos mayores más herramientas que de las que ahora disponen
El dolor de Gabriela fue intenso cuando dejó a María. Una enfermedad la hizo tomar la triste decisión de ingresar a su mamá a un Eleam, o Establecimiento de Larga Estadía en Chiguayante. Ella tiene un cáncer; su madre, Alzheimer. “Fue una decisión tristísima. Pero mi situación familiar y personal no me permiten cuidarla. La veo todas las semanas, en un principio iba todos los días, pero al final quedaba desgastada y triste, porque ya no me reconoce mucho. Es fuerte pasar por esto, pero para mí fue inevitable”, reconoce.
Paga cerca de medio millón de pesos mensuales por el cuidado de su mamá, más pañales, colaciones y otros gastos anexos. Tiene un hermano que no visita a su madre, ni tampoco aporta. Como él son miles los familiares que olvidan a sus parientes en estos centros de acogida, porque la vorágine de la vida no permite encontrar el tiempo para dedicarles. Y eso los viejos lo resienten. “Hay casos que parten el alma. Así como hay ancianitos que no se dan cuenta de lo que pasa, hay otros que viven esperando que alguien llegue a verlos”, comenta Gabriela, quien tiene claro que el proceso mental de su mamá es irreversible. “Es angustiante encontrarse con ella  así. Me ve y me pregunta: ¿Quién eres tú? Yo le respondo que soy su hija y me contesta que ella no tiene hijos, que no los tendría porque los hombres son un cacho. Es chistoso como me habla, pero doloroso a la vez. A veces, como hija y como enferma, lo único que quiero es un abrazo de mamá… pero no me recuerda”, comenta Gabriela.
 

Los más pobres entre los pobres

“La vejez es un mundo diferente. Tenemos abuelitos que llegan muy desamparados anímicamente, muy deteriorados,  con depresión tal vez y aquí logran remontar. La soledad mata y no es esa muerte física, pues quizás no tienen enfermedades o trastornos, pero estando solos le pierden el gusto a la vida”, comenta la hermana Marcelina del hogar de las Hermanitas de los Pobres en Concepción.
Si hay una institución que sabe de vejez y sus necesidades es, justamente, esa congregación. Las monjitas de esa entidad desarrollan una labor noble y especializada con los adultos mayores, siguiendo el ejemplo de su fundadora, Juana Jugan, que comenzó con esta obra en la Francia de la post revolución, hace 200 años. “Ella se conmovió con la pobreza material y espiritual  de esos tiempos, y se dio cuenta que los más pobres entre los pobres eran justamente los adultos mayores. Tuvo una mirada futurista y profética enorme, pues ellos serán los que más necesiten de la caridad, sobre todo en estos tiempos”. 

Amor, espiritualidad e independencia son pilares de la labor de las Hermanitas de los Pobres en Concepción, organización que se mantiene gracias a la caridad y la ayuda de la comunidad.
Viven de la caridad pública y en nuestra ciudad mantienen el hogar hace 105 años, en calle Angol con Manuel Rodríguez. Éste tiene capacidad para 70 personas, que llegan por diferentes vías. Sus familiares o ellos mismos se postulan para ocupar alguna de las habitaciones. No es un geriátrico, sino un lugar donde los ancianos son autovalentes. Una de las normas, aparte de socializarlos con sus compañeros, es que ellos se sientan útiles. “Siempre se les va a dar una ocupación, un trabajito,  un oficio, de distracción o de terapia”, comenta la hermana Marcelina.
En la casa, los ancianos son libres para realizar distintas actividades, disfrutan de sus dependencias, espacios agradables, el jardín y lugares para socializar, también de un teatro y sala de artesanía. Algunos tienen la dicha de seguir en contacto con sus familias, y otros se aferran al cariño de sus compañeros y de las hermanas.
“Hay de todo. Hay un porcentaje bastante alto de familiares que dejan a los abuelitos aquí y, con suerte, aparecen para las grandes fiestas o un par de horitas de vez en cuando. Es lamentable, pero hay que rescatar que hay  una porción de hijos, sobrinos y familia que sí son muy presentes y colaboran estrechamente en la marcha de la casa, como voluntarios y prestando servicio”, enfatiza la hermana Marcelina. 
El anciano no es un deshecho, pertenece a nuestra sociedad y ojalá el hogar fuera la última alternativa, sentencia. Desde que nacemos empezamos a envejecer, pero -agrega- en un  mundo materialista se vive el presente cada vez más egoísta. Y todos vamos para allá. Nos hemos olvidamos de incentivar en los niños y en los grupos la importancia de la vejez, así como antes, como cuando las familias se constituían con los abuelos como parte del núcleo.
La hermana cree que esta tendencia de marginar a los mayores es muestra de la ausencia de Dios en la sociedad. El abandono los agrede e impacta, y aunque los abuelos a veces ingresan al hogar con su fe deteriorada, siempre hay una tendencia a la espiritualidad y de buscar a Dios. “Nosotros tenemos claro que no sólo cuidamos de sus cuerpos, sino  que estamos aquí en función de su alma y ellos lo captan. Nos damos cuenta de su inquietud por llenar el vacío y muchos vuelven a sus raíces, como cuando eran niños. Es un reencuentro con su fe y sus creencias. Eso, muchas veces, es la mejor cura para el alma y la enfermedad. Para una persona adulta, el conflicto más grande es la cercanía de la muerte y saben que estando acá no van a morir solos, que hay un acompañamiento muy intenso. Y eso les da fortaleza para el reencuentro con Dios”.
Es que la compañía es la mejor medicina para la gente mayor. Teniendo en cuenta que la esperanza de vida hoy bordea los 80 años, los adultos mayores necesitan de oportunidades y lugares para mostrar sus capacidades, entrenarlas y compartirlas.
Bien lo sabe la asistente social Tatiana Larrere, coordinadora del Centro Integral para el Adulto Mayor, Ciam, de Concepción, que depende de la Dirección de Salud Municipal de Concepción.
Para los adultos mayores es vital sentirse útiles. Trabajar en talleres, entretenerse y entrenar su mente es muy importante para su salud y su espíritu.
En ese lugar, pionero en la Región por su atención especializada, buscan el desarrollo de los adultos mayores incorporando talleres que estimulan su actividad física, cognitiva y, además, su rehabilitación física y terapia de mantención cardiovascular. También hay una línea de trabajo holístico con terapias integrativas, yoga, reiki, flores de Bach, auriculoterapia, reflexología y arteterapia. Uno de los talleres que los llena de orgullo es el de musicoterapia. Así como en la la película Coco, dicen que el último recuerdo que pierde la mente son los recuerdos sonoros, y los abuelitos pueden estimular su memoria evocando la música que aprendieron cuando eran niños. Es un exitazo.
El centro, que cuenta con 1.500 inscritos que asisten a sus dependencias con distinta frecuencia, sirve incluso como soporte para muchas personas que no tienen más red de apoyo. 
“Trabajar con adultos es reconfortante en muchos aspectos, pero también en otros momentos es desalentador. Las familias están olvidando que los abuelos y los más ancianos son parte de ellos. Aunque los más jóvenes hayan formado su vida, deben recordar que los abuelos siguen siendo papás y mamás. Muchos núcleos nos vienen a traspasar un ‘problema’ que creen que nosotros debemos resolver. Nuestra labor es articular la red para que se activen las atenciones, pero hay otras tareas que los familiares deben accionar, para que las personas de más edad no se sientan abandonadas”, sentencia Tatiana.
Hay un porcentaje importante de adultos que comienza a tener dificultades cognitivas generadas de su situación emocional. Están angustiados, se sienten solos y con problemas económicos. 
Son personas que reciben pensiones muy bajas. Además, el dolor les hace estresarse, también la sensación de la pérdida de la capacidad funcional, se empiezan a sentir inútiles. Hacen cosas para las que ya no están preparados y después están adoloridos, no duermen y se apenan, pues hay muchos a los que las familias hacen sentir que estorban.
Los adultos mayores son personas responsables, que valoran la atención, agradecen y están siempre necesitados, principalmente, de cariño. Es increíble cómo el afecto los hace cambiar de actitud y sentir que pertenecen a un lugar. El mismo Índice de Global de Vigilancia del Envejecimiento dice que Suecia es el mejor país para ser viejo en el mundo, y Chile ocupa el lugar 19 mundial y el primero de Latinoamérica. ¿Imagina cómo es en el resto? Es una realidad dura y poco atractiva. En el Mes de la Solidaridad, cuando los más viejos celebran el paso de agosto, el propósito es llamar la atención del Estado, de los profesionales de la salud, de los jóvenes y niños, de los padres y de los hijos. De todos. Exponerles que cada uno debe su cuota para integrar ideas y acciones que acojan a los mayores para aprender y comprender la vejez a la que Chile se encamina. Si no, vamos a seguir presenciando las tasas de depresión, suicidio y enfermedad que se observan en la vejez. Que la muerte sea un proceso frío no quiere decir que el último peldaño para llegar a ella lo sea. En 10 años habrá en Chile más viejos que niños, y la misión es acunar su historia, porque es el pilar del futuro.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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