Johann Moritz Rugendas, que vivió, amó y pintó numerosos cuadros en el Chile portaliano, entre 1834 y 1842, se volvió un referente de escritores contemporáneos. A la afamada novela Si te vieras con mis ojos, de Carlos Franz, le siguió Rugendas, de la historiadora Patricia Cerda, un tratado de casi 400 páginas. El título más reciente fue Un episodio en la vida del pintor viajero, de César Aira, que inspiró una exposición en el Library Council del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. Ésta convocó a un colectivo de artistas latinos que interpretaron en mapas, pinturas y posters la ruta de Rugendas en Sudamérica.
Su historia atrapa como un best seller. Pintor viajero, pintor navegante, pintor jinete, pintor romántico, no sólo plasmó en sus telas nuestra loca geografía, sino que su gente, sus costumbres y hasta sus pasiones, por lo que ha sido definido como el pintor de la sensibilidad.
Enamoradizo, llegó a Chile escapando de un compromiso nupcial con una pudiente mexicana. El autor de El huaso y la lavandera, La llegada del presidente Prieto a la Pampilla y Vista de Valparaíso, entre muchas otras, era un hombre inquieto. Logró obtener un salvoconducto presidencial con destino al sur para inmortalizar con su pincel al pueblo mapuche.
En una tertulia talquina, se enredó nuevamente en la vorágine del amor, esta vez con una mujer casada con la que tuvo una larga relación que dio origen a un fascinante epistolario. Carmen Arriagada, aristócrata, bella, inteligente y letrada, unida en desdichado matrimonio con Eduardo Gutike, no tardó en enamorarse de Johann Moritz, a quien hasta su muerte llamó “mi Moro”.
Los amantes elaboraron diversas estrategias, como el intercambio de libros, para manifestar su amor en encendidas cartas. En una de sus primeras misivas, ella expresa: “Mi vida transcurría insípida, pero tú la embelleciste, mi Moro amado”.
Rugendas regresó a Europa, pero la correspondencia no cesó hasta tiempo después. El temor a su marido que la entendía poco y sospechaba demasiado, llevó a Carmen a quemar todas las cartas del pintor: “Quemé tus cartas. Al separarme de ellas, me arranqué el corazón… Te envío un beso de amor y de dolor. Adiós, mi único bien, mi vida, mi esperanza, mi Moro amado”.
Rugendas guardó las misivas de Carmen hasta su muerte, a los 56 años. Gran parte de este epistolario se conserva en el Museo O’Higginiano y en el Museo de Bellas Artes, en Talca, donde se conocieron.