Mitómanos: Necesito Mentir

/ 6 de Abril de 2021

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Este artículo fue publicado en 2007, por lo que algunos datos podrían haber cambiado.

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No es una enfermedad en sí misma, pero el impulso irrefrenable de mentir es el síntoma de que algo no está bien en el desarrollo psíquico de la persona. Los mitómanos mienten para construir una mejor imagen de sí frente a la sociedad o para conseguir lo que desean. No importa el objetivo, lo único claro en ellos es que no pueden evitarlo.
Miente quien sostiene que siempre dice la verdad. La afirmación es así de rotunda, porque la veracidad es una característica de las personas. Unas son más o menos veraces que otras, por lo tanto dentro de ciertos límites faltar a la verdad es considerado relativamente normal; no bueno, pero esperable. Es así como la mentira es un recurso utilizado por personas de todos los estratos económicos, edades y sexo. Se miente en temas específicos, en determinadas circunstancias y de forma ocasional para evitar las consecuencias de haber dicho “la verdad” o ganar “algo” con la historia contada. Pero ¿qué nos hace mentir? Responder esta inquietud es tan complejo como el ser humano y clasificar a las mentiras según su gravedad como blancas, grises o negras está fuera de toda ciencia. La mentira es una sola, pero cuando se convierte en un hábito o en la única manera que tiene una persona para relacionarse con la sociedad se configura lo que se conoce como mitomanía.
No es una enfermedad en sí misma, sino que corresponde a un conjunto de síntomas que pueden presentarse en diversas enfermedades psíquicas, particularmente en trastornos de personalidad.
Especialistas sostienen que el mitómano tiene una tendencia patológica, un impulso irrefrenable por deformar la realidad. El contenido y la extensión de sus mentiras es desproporcionado para cualquier finalidad o ventaja personal que se pretenda con ella. Hay una intención de engaño que al individuo le resulta difícil de controlar. En la mitomanía, el sujeto supone conseguir prestigio, mejorar su imagen o percepción que los demás tienen de él, obtener afectos, bienes, manipular a las personas o simplemente dañar.
También existen motivaciones aún más profundas que son inconscientes, pero que pueden ser descubiertas mediante un tratamiento clínico. Pero mientras la persona no se someta a una terapia, la mentira para el mitómano será su única opción ante otras estrategias lícitas para conseguir lo que desea.

FALSOS TROTAMUNDOS

El mitómano pasa inadvertido entre quienes lo rodean, pero apenas establece una conversación cae preso de sus mentiras y siempre termina siendo desenmascarado. Eso fue lo que le sucedió a Enrique, quién solía jactarse frente a sus amigos y colegas de oficina de sus continuos viajes a Europa. Mencionaba el nombre de los hoteles donde se hospedaba, los restaurantes que frecuentaba e incluso el menú que consumía en ellos. París, Madrid, Estocolmo y otras ciudades figuraban en su itinerario. Sus descripciones eran muy precisas y convincentes hasta que fue descubierto. Por razones de trabajo debía ir a Estados Unidos en un viaje de negocios, pero tuvo que negarse y admitir que no sólo no tenía pasaporte, sino que nunca había salido de los límites de la región del Bío Bío.
Este caso es real y pone de manifiesto el límite al que pueden llegar los mitómanos con sus historias. El psiquiatra Carlos Ibáñez confirma que, al ser encarado, el mitómano reconocerá sus mentiras, porque cuando miente lo hace consciente de que lo que dice no es verdad. “Si bien estas personas se dejan llevar por sus fantasías mantienen un juicio de la realidad suficiente como para darse cuenta de que están mintiendo. Esto los diferencia de los psicóticos que son personas que pierden el contacto con la realidad a tal extremo de confundir lo real con lo imaginado”.

LLAMADA DE ALERTA

Sonó el teléfono y Rafaela contestó de inmediato, pasaron un par de minutos y apenas colgó rompió en llanto. Con palabras entrecortadas contó que la llamada fue del papá de su novio argentino para avisarle que había chocado en su moto, que había muerto y que sus últimas palabras habían sido: “llamála y decile” que la amo”. Durante cinco días ella le prendió velas a la foto del trasandino y permaneció encerrada en su dormitorio. Su padre, desconcertado por la angustia de su hija, decidió averiguar qué había pasado, pero descubrió que no había sucedido ninguna tragedia. Confrontó a su hija quien terminó por admitir que había inventado la historia.
El anterior también es un caso real que es frecuentemente comentado entre los especialistas y permite entender por qué tanto la Psiquiatría como la Psicología concluyen que el mitómano es una persona que tiende a autodevaluarse, es decir, tienen problemas de autoestima y mienten como una estrategia compensatoria. “Los mitómanos tratan de verse más atractivos de lo que son a través de la distorsión de la realidad. Por eso son personas que buscan deseabilidad social, o sea, el afecto, la atención y la aceptación de los otros; sean amigos, desconocidos o la propia familia”, explica Álvaro Quiñones, psicólogo clínico docente, de la Universidad del Desarrollo.
El mundo del espectáculo tiene entre sus filas a una mitómana que calza con la descripción de Quiñones. Heather Mills, modelo y actriz saltó a la fama tras su matrimonio con el ex Beatle Paul McCartney, pero su deseo de figurar y concitar la atención del público la impulsó a contar detalles de su vida que están lejos de ser verdad. Mills aseguró en una entrevista que a los 14 años se había escapado de su casa para vivir en la calle, pero sus antecedentes escolares confirman que asistía a clases y que vivía con su madre y hermana. Dijo que trabajó en un circo limpiando caballos, pero lo cierto es que acompañaba a su novio quien los fines de semana trabajaba en una feria ambulante. Confesó que una ex pareja suya era un agente del Servicio Secreto, aunque lo real era que el sujeto sólo tenía intenciones de trabajar en dicha agencia, pero nunca lo había hecho. La lista de mentiras es larga y culmina con el divorcio de McCartney, proceso en que alegó haber sido víctima de los ataques de él bajo los efectos del alcohol. Hoy son contados con los dedos de una mano los que le creen.

MENTIRAS PELIGROSAS

La mitomanía no es inofensiva. Al contrario, tiene una serie de efectos en distinto nivel. En el plano social, el mitómano comienza a perder credibilidad y se lo categoriza como el “cuenta cuentos”. A nivel familiar, es visto como una persona poco confiable y desde el punto de vista de las amistades, éstas tienden a alejarse o bien la persona termina apartada del grupo.
El peor escenario es cuando la mitomanía afecta a terceras personas. Esto ocurre cuando la “manía” de mentir está presente en personalidades antisociales, principalmente en estafadores. En ellos, el “modus operandi” del delito es el engaño para conseguir dinero o bienes. Hay casos emblemáticos y el falso Rockefeller es uno de los más famosos del mundo.
Christophe Rocancourt, un francés de 24 años, consiguió en 1991 infiltrarse en exclusivos círculos sociales de Nueva York, Miami y Hollywood. Convertido en un agente de celebridades, Rocancourt embaucó a varios actores, entre ellos Micky Rourke y Darcy La Pierre, ex esposa de Jean Claude Van Damme. Decía que era pariente del productor italiano Dino De Laurentis, a otros que era nieto de Sofía Loren o miembro de la familia Rockefeller. En el 2000 fue detenido por la policía de Los Ángeles, pero escapó hasta que 10 años después la policía canadiense lo detuvo por otras estafas cometidas en Vancouver. Rocancourt está en prisión por cargos de fraude y acoso sexual en Canadá.
Chile también registra casos inolvidables, como el de “el bello Marcelo”. Con un metro 90 de altura y atractiva apariencia, Marcelo Smith Bofill estafó a un número no determinado de universitarias chilenas y extranjeras. Fue detenido seis veces desde 1995. Frecuentaba universidades privadas donde ubicaba a sus víctimas: alumnas adineradas, profesores crédulos y dueños de pensiones universitarias.
En 2002 apareció en la carrera de Periodismo de las Universidades Católica de Valparaíso y de Viña del Mar como estudiante extranjero de intercambio. Mientras decía tramitar sus papeles, estafó a la dueña del lugar donde se hospeda, Soledad Saavedra, y a sus compañeros de curso. El mismo año se trasladó a Concepción e hizo lo mismo en las universidades de Concepción y San Sebastián.
Pese a estos ejemplos, Helmut Brinkmann, psicólogo clínico experto en diagnóstico de personalidad, explica que no hay una relación directa entre mitomanía y delincuencia. “Son problemáticas distintas. Puede coincidir en que se combinan algunas características de personalidad en los que la mitomanía sea un síntoma, pero el delincuente no necesariamente es un mitómano. El pillo busca algo contingente y puntual: el dinero de los demás. Pero no tiene compulsión por mentir ni busca la deseabilidad social. Ahora bien, si un delincuente tiene el síntoma de la mitomanía tiene responsabilidad penal por sus actos si es conciente de sus mentiras”.

UNA VIDA REAL
La mitomanía es más frecuente de lo que uno se imagina y hay más mitómanos de lo que uno quisiera, porque quienes la experimentan no consultan en forma voluntaria, sino que son llevados a especialistas por familiares o amigos que los sorprenden en reiteradas mentiras. El diagnóstico de mitomanía lo realiza un psiquiatra quien desarrollará un tratamiento a largo plazo al que se incorpora la psicoterapia de la enfermedad de base que provoca la compulsión mitómana. Expertos indican que de este modo el sujeto puede superar el síntoma y comenzar a vivir la realidad tal como es.

NIÑOS MENTIROSOS

Las mentiras o las alteraciones de la realidad no tienen la misma connotación en niños que en adultos. Carlos Ibáñez explica que en la infancia la mentira no tiene juicio ético debido a la inmadurez del desarrollo cognitivo y emocional. “El razonamiento de los niños no está totalmente definido, sino hasta más o menos los 10 años. Si las mentiras son muy frecuentes hay que preocuparse, pero es indudable que todas las mentiras de los niños hay que corregirlas y no estimularlas”, recomienda el psiquiatra.
El especialista explica que los niños viven una fantasía que no puede catalogarse como mentira y mucho menos mitomanía. “Cuando un niño plantea que tiene un amigo imaginario, él cree que existe y por lo tanto no está mintiendo. En este caso hay una imaginación exacerbada que no es mitomanía, ya que se presenta en el contexto de la evolución cognitiva de la persona. El concepto mitomanía sólo se reserva a la mentira compulsiva”, aclara Ibáñez.
¿La mitomanía se hereda o se aprende? Carlos Ibáñez afirma que no hay una respuesta definitiva, sino una cuota de tres factores. “Hay un factor genético en el sentido que lo que se hereda es la predisposición a algún tipo de personalidad, entre los que puede aparecer la mitomanía como un síntoma, un factor psicológico que tiene que ver con el procesamiento de la información y un tercer ámbito es el aprendizaje”.
El psiquiatra enfatiza que lo importante es poder confrontar al niño para hacerle ver que la mentira no es buena y los padres deben ser un ejemplo.

 

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