Si usted es de los afortunados que alguna vez estuvo cerca de un Papa me va a entender de inmediato. Hay un algo maravilloso, magnífico, que se descubre en la figura pontificia. Me tocó vivirlo en Roma, junto a mi mujer.
Ambos sufrimos aquel respetuoso embeleso que proyecta la figura papal. Sin una gota de exageración, puedo decir que, de inmediato, nos dimos perfecta cuenta de que se trata de una imagen exclusiva y excluyente, poseedora de los más excelsos valores.
Recuerdo que en aquel grupo íbamos creyentes y no creyentes, y el consenso final fue el que describo, sin mediar diferencias ni raras interpretaciones.
Por estos días, Chile ha tenido la fortuna de recibir a Su Santidad Francisco. Dada la humildad y real comprensión de la pobreza, la actual primera autoridad de la Iglesia Católica no pudo haber elegido un mejor nombre. ¡Que duda cabe! Es el que mejor le representa.
Al momento de remitir este artículo nos encontramos en las primeras horas que dibujan esta singular presencia entre nosotros. Democráticamente, gracias a las imágenes televisivas y espontáneas declaraciones de unos y otros, chilenos y extranjeros ocasionalmente entrevistados, queda en claro que la fe goza de buena salud en esta larga y angosta franja de tierra.
Puede ser usted creyente o no, pero nadie puede soslayar el auténtico cariño y profundo respeto que el pueblo asume para con su primera autoridad religiosa.
Son muchos los problemas que la sociedad política enfrenta día a día. Todos y cada uno de sus miembros necesitan fe y convicción por igual, dado que sin estos elementos la sociedad humana sólo va de tumbo en tumbo.
La presencia de Francisco es mucho más que un vigorizador para la anemia y desidia de estos porfiados días. El camino propuesto nos señala aquella dirección de menor estridencia y de mayor profundidad de alma, que apunta a la necesaria humildad que todos y cada uno de nosotros debiéramos practicar, cualquiera sea el punto de mira desde el cual observemos la sociedad en nuestro momento.
Celebramos la presencia de Francisco en nuestra área continental, esperando que su vida ejemplar ilumine por doquier a los actuales hombres y mujeres de buena voluntad.