Nicolás López, director y productor de cine: “Yo no hago cine chileno, hago películas de género”

/ 24 de Octubre de 2011

En una franca entrevista, el precoz director de “Promedio Rojo” cuenta las motivaciones que lo llevaron a dirigir “Qué pena tu boda”, secuela de la exitosa “Qué pena tu vida”, y que por estos días se exhibe en diversas salas del país. Apoyado por el público pero atacado por la crítica, López defiende sus ganas de hacer cine de entretención. Sus chistes “políticamente incorrectos”, explican su particular teoría sobre la relación entre belleza y locura, y lo desmarca del cine chileno. ¡Ah!, también aprovecha de hacer bolsa a los críticos que lo hacen bolsa. Una charla no apta para lectores que no tengan cuenta twitter o pequen de “graves”.


Nicolás López (28) es como lo describen: habla a mil y sin filtros al defender lo suyo. Y es cierto, tiene un ego del porte de un transatlántico, pero tampoco le preocupa demasiado, pues lo suyo es hacer películas que entretengan, empaticen, identifiquen. Si eso resulta, y la gente va a la salas, todo ok.
Y al menos en su estreno, “Qué pena tu boda”, su nueva producción en cartelera, tuvo un comienzo auspicioso: según cifras de Ultracine, la historia sobre las relaciones amorosas en tiempos de la redes sociales registró la mejor asistencia de la cartelera el día de su debut, con 5.866 personas, muy cerca de las seis mil que registró “Violeta se fue a los cielos”.
A cuatro días del debut, López, sentado en un boliche cercano a su productora Sobras se relaja, toma un sorbo de jugo natural y analiza las cifras. Nada mal para una película surgida como continuación de “Qué pena tu vida”, cinta que durante 2010 registró 94 mil espectadores (según el sitio cinechile.cl) y que el robusto director y su equipo han sabido internacionalizar muy bien. Movie city la exhibe hace cuatro meses para toda Latinoamerica, HBO comenzará a exhibirla en diciembre para USA, y en México, la compañía Pantalion (formada por Televisa y Lionsgate) compró los derechos del guión para hacer un remake norteamericano.
“Lo más surrealista es que la compraron hace como tres semanas de Rusia para estrenarla en cine, así es que ahora estamos con Ariel pensando en ir a Rusia, que es lo único que queremos. Se estrenó comercialmente en Perú y le fue increíble también”, cuenta feliz.
La premisa en ambas películas es simple, pero efectiva: retratar, sin filtros, y en tono de comedia romántica, cómo se viven las relaciones de pareja en tiempos del Facebook y el Twitter. El protagonista es Javier Fernández (Ariel Levy), un publicista a punto de cumplir los 30 que vive aproblemado por desamores y desventuras.
Una historia que gusta al público, pero que ha sido muy maltratada por buena parte de la crítica especializada. A continuación, Nicolás López hace sus descargos.
-¿A qué bares de Concepción iría Javier Hernández a pasar sus penas?  
-Yo creo que iría al Bonita, donde tuve una noche como de karaoke, bien decadente (ríe) cuando fuimos a estrenar “Qué pena tu vida”. Fue muy gracioso. Yo conozco Concepción de chico. En “Promedio Rojo” hay un personaje que se llama “Papitas”, que se inspiró en Esteban Rojas, un tipo penquista que ahora vive en Buenos Aires, distribuye películas y le va muy bien. Es mi amigo, nos conocimos por Internet. El carrete era como ir a Conce, y después al Festival de Cine de Valdivia.
-Andrés Wood ha llevado 368.682 espectadores a las salas de cine nacionales con “Violeta…” ¿Tienes alguna meta con “Qué pena tu boda”?
-Si hacemos más de cien mil espectadores es un éxito porque miramos todo en perspectiva de nuestro género, no del cine chileno; yo hago comedias románticas y compito contra “Amigos con beneficios”, contra “Los Fockers”. Mi mayor competidor, aunque no es una comedia per se, es “Hangover”. Ya le ganamos en su estreno a “Hannover 2” (43.400 espectadores el primer fin de semana) que costó US$100 millones y una mega campaña internacional de apoyo. El primer día de estreno le ganamos también a “Gigantes de Acero” que es una película de US$ 110 millones versus la nuestra de US$ 350 mil. Eso es para mí histórico.
-“Promedio Rojo” ganó fondos del Estado. “Qué pena tu boda”, en tanto, se financió sólo con auspiciadores ¿Ya no estás en la onda de postular a subsidios?
-Es que no los dan. O sea, cuando haces entretenimiento es como si le estuvieras sacando la madre a alguien. La comedia no es bien mirada, así es que descubrimos una forma de hacer películas más baratas y con menos riesgos; es casi inmoral en esta época pedir $300 millones al Estado para una película si tienes un país destrozado por un terremoto ¿me cachai? Prefiero que me los dé Adidas.
-Uno de los comentarios de “Qué pena tu boda” decía que los adultos son “personajes lamentables: tienen Alzheimer, son viejas pechoñas, hay violentos y desquiciados, existe una madre egoísta e indiferente, y un ejecutivo depravado que abusó de su ahijada”. ¿En realidad ves a los mayores como gente corrupta? 
-Venimos de una generación súper triste que por obligación se hizo adulta, una generación que tenía 26 años y ya tenía tres hijos, vivías con tu señora en tu casa y era como “qué onda esta guea, si no estás hecho p’a eso”. Creo que la actual generación, también a nivel de América Latina decidió rebelarse contra eso y tener una “adolescencia” más prolongada. En Europa pasó hace 35 años, y hoy tú te casas a los 40, no a los 20. Si te casas a los 20, eso está destinado al fracaso, porque estás en una etapa –obviamente hay excepciones- donde todavía estás en una búsqueda tuya, personal, de qué quieres hacer, de tu trabajo, tu pega, de quién eres como persona. O sea, ¿cómo vas a tener claro además con quién vas a estar toda tu vida?
-Otros se empiezan a casar como efecto en cadena, al terminar los 20: es justamente lo que le pasa a Javier, cuya vida social se empieza a traducir en asistir a matrimonios…
-Y Javier odia eso, y yo me siento súper identificado: odio ir a matrimonios, lo encuentro la peor tortura del mundo.
-El humor de estas películas ha sido polémico y criticado: el desprecio de Ignacia Allamand hacia las personas con síndrome de Down, los chistes despectivos a la obesidad, el humor negro con el tema de la pedofilia… 
-A los críticos les duele porque dicen que es una película “súper políticamente incorrecta”, y yo siento que no tiene nada que yo no haya escuchado en mi casa, a mis papás, familiares, amigos. Nosotros somos políticamente incorrectos en extremo, pero puertas adentro ¿Quién no se ha reído de la vieja coja, pobre, sin dientes, y después se siente mal? El humor es un proceso reflexivo, se basa en cómo uno observa y vive las cosas, y está en el ADN de uno reírse de las cosas terribles. LUN es un diario extremadamente humorístico; se ríen de cuestiones que son espantosas. Y eso tiene que ver con nuestra idiosincrasia, con la forma en cómo nos comunicamos. Creo que te puedes reír del cáncer, del sida, de la pedofilia, de las cosas más terribles, porque es la única forma que tenemos -como seres humanos- para entender las tragedias y las cosas absurdas que suceden.
-El crítico de LUN, Leopoldo Muñoz, citaba como ejemplo a los hermanos Farrely: decía que ellos, políticamente incorrectos, han tomado con humor la obesidad, los siameses, el retraso mental, pero supieron otorgarle “perspectiva y humanidad” para la empatía del público”…
-Es una estupidez, no tiene que ver. En esta película, el personaje que hace Ignacia Allamand está totalmente justificado. En la vida real, en una fiesta, una mina me dijo que odiaba a los gueones con síndrome de Down. La mina era exquisita. Y ahí yo dije: da lo mismo lo que una mina te diga; te puede decir que quemó a su perro y lo ahogó, pero si es rica, tú vas a seguir ahí porque uno es humano. Al final del día, todos somos unos hijos de puta, gueones; oscuros. Y esa es la verdad; no hay por qué tener esa visión edulcorada de que todos tenemos que ser políticamente correctos y buenos.
-Eso es más que discutible…
-La otra vez hablaba con una actriz guapísima que me decía “dame al tipo más fiel u Opus Dei del mundo, y con dos piscolas yo lo doy vuelta”. Yo decía, tiene toda la razón.
-¿Te sientes atrapado entre hacer películas en serie, de género y el tratar de mostrar una manera personal de ver el mundo, como dice la crítica?
– La crítica es muy estúpida. Me da rabia que hablen de mí y no de las películas. Todavía están hablando de cuando tenía la polera negra de “El día de la bestia”, cuando tenía 20 años. ¿Qué tiene que ver Torrente o lo que hace Santiago Segura con “Qué pena tu boda”? Puta, yo creo que muy poco. Y a Santiago fue al primero que le mostré “Qué pena tu boda” cuando vino a Chile, y le fascinó, estuvimos hablando mucho, queremos hacer algo juntos y todo (…) si tú ves cualquier película comedia romántica, desde ”El amor y otras drogas” a “Amigos con beneficios”, siempre es como la pareja, está como el psico que es el amigo como divertido “Qué pena tu boda” es una película que tiene que ver mucho más con Capra, Truffaut.
-Si es por relacionar, podría decir que hasta “La dolce vita” comparte el espíritu hedonista de “Qué pena tu vida”… esa cosa entre glamorosa, el sin sentido, las postales urbanas.
-¿De qué se trata “La dolce vita”? De unos gueones que carretean, van a unas fiestas y hay minas ricas en un momento donde estaba quedando la cagada a nivel cultural. El que le busque más profundidad es un tarado. Y “Qué pena tu vida” llega en un momento en que en Chile están pasando muchas cosas: está lleno de recitales, de gente, de fiestas, es otra ciudad a la que era cinco o seis años. Cuando llegaron los españoles a filmar conmigo “Santos” el 2006, preguntaban a qué bar podían ir el martes, y sólo estaba La Batuta. El 2006¿a dónde ibas a comer después de las once de la noche? Y (entonces) empezó a agarrar la calle Constitución, a pasar ocho mil cosas, llegan bandas que sonaban en Nueva York, empezó a haber mucho más música nueva.
-Y en ese contexto decidiste empezar a retratar un poco Santiago, con esta serie… 
-En el momento donde caga el cine, caga la música, caga la televisión, viene la mayor crisis… de pronto salen todas las bandas, sale gente haciendo programas por internet -yo tuve un programa por internet que era un late, el “ni tan late”- y veo, guau, estamos en un momento muy efervescente, que fue todo el año 2008… y pensé “hay que hablar de esto”, era una especie de “La dolce vita”, y me pareció muy interesante hablar de todo ese momento. Truffaut, por otro lado, hablando de “Qué pena tu boda”, cuando me dicen: “ah, es que tu guea vendida, como de franquicia gringa”, yo les digo, a ver: los “400 golpes” es la primera parte de una tetralogía. Es “Los 400 golpes”, después “Amor a los 17”, o sea, Truffaut hizo lo mismo con Antoine Doinel (protagonista de la serie), en las cuatro etapas de su vida: cuando era pendejo, cuando estaba enamorado, cuando se casa, cuando se separa, y cuando recuerda a todas las minas de su vida.

“La belleza es un súper poder”

-En lo personal ¿qué te parece que lo virtual, la cultura de la tecnología on line y digital gobierne hoy las relaciones afectivas y emocionales? ¿Sientes que tus películas reflexionen sobre ese tema?
-Alguien hablaba que no me acuerdo a quien le habían prohibido usar Facebook y era como lo mismo que te prohibieran hace 40 años  ir a la plaza, ¿me entiendes? Es como el lugar donde está pasando todo, donde te juntas con tus amigos, donde hablas, donde realizas los carretes, donde compartes las fotos, donde vives tu día a día. Ahora internet es nuestra calle, es nuestro punto de encuentro.
-¿Pero no es más sano ir a la plaza que estar encerrado en una pieza frente a un computador?
-Yo creo que no. Estoy hablando de una generación que tiene once. ¿Tú cachai como esos pendejos piensan? No tienen un pensamiento lineal. ¿Te has metido a high definition o a porlaputa.com? Ahí ves cómo agarran una foto, otro la transforma, le ponen una frase, la transforman en humor… no sé, pasa algún hecho de la cultura pop, que a Piñera no se qué, a la misma foto le cambian no se qué, y ahí está. Hay una metacultura que se va transformando segundo a segundo, y que no para-que no para-que no para, y que tiene un proceso que también es reflexivo, y que es mucho más rápido y con la inmediatez de poder compartir (en la web) todo. Ahí sucede lo que nos pasa a todos como humanos: te enamoras, te desenamoras, te da pena. Cuando terminé con mi primera novia, yo me iba en bicicleta a su casa, a ver si tenía la luz prendida. No tenía Facebook, pero es lo mismo. Somos adictos a la tecnología, pero también es el lugar donde nos movemos, es nuestra plaza pública, cómo la vas a eliminar. “Que pena tu vida” llamó la atención a nivel internacional porque fue la primera que habló sobre ese cambio social. Por eso la están haciendo remake, porque mientras los gringos estaban dando “Social Network”, que era el origen de Facebook, existía, la misma semana, una aquí en Latinoamérica que hablaba sobre las consecuencias.
-Te basas en experiencias reales para crear personajes, como la modelo Úrsula Brunner (Ignacia Allamand) o la sensual y loca hija del jefe de Javier (Lorenza Izzo) ¿Por qué diseñas así a estas mujeres? 
-Todos son sacados de la vida real. Cuando una mujer es guapa, extremadamente guapa, la belleza es su súper poder. Puede hacer lo que quiera: estar botada en un bar y encontrará quién la invite a un trago, va a tener cómo llegar a su casa La belleza, sea modelo, actriz o ingeniera comercial, tiene un índice de locura y te apuesto a que también un rollo. Es súper interesante y divertido hablar de eso. En “Qué pena tu boda”, la Ignacia Allamand está embarazada y le dice a Ariel (Levy) que dejó de comer, porque nunca va a ser gorda. Puede parecer muy gracioso, pero una vez lo escuché y yo dije “¡es demasiado terrible!”. O la Lorenza, loca. La película también habla de una generación que nació en los 90; hay un rollo con la inmediatez, con que te digan que no, y además son hipersexuados. Hay una cosa que es heavy, un comienzo sexual más temprano. Ahora con la web tienes acceso a todo. El personaje de Lorenza se graba agarrándose a otra mina para provocar y lo sube a internet. Lo que antes hubiera sido un acto privado de exploración, ahora es un acto público para demostrar lo chori que es. Es súper generacional. En el Wena Naty lo choro era grabarse y compartir eso antes que existiera Facebook. La película muestra a esa generación, que es más joven que un Súper Nintendo.

“Santos fue necesario, me puso en mi lugar”

La historia es conocida: a los 12 años Nicolás López contaba sus historias nerd como escolar en su columna “Memorias de un pingüino” en “Zona de Contacto”. A los 15 años, grabó sus primeros cortometrajes “Pajero” (1998) (que contaba la historia de un chico que se masturbaba y siempre lo interrumpían) y “Superhéroes” (1999). A fines de 2000 estrena “Florofilia y otras sobras” y a los 20 debuta con “Promedio Rojo”. Entremedio, fundó el exitoso sitio web “sobras.cl”, creó una productora, y se hizo creativo en marketing para cine y co-productor.
Tres años después, “Santos”, su segundo largometraje que sería su consagración internacional, terminó en un sonado fracaso de taquilla y crítica. Su dolor fue proporcional a las dimensiones de su producción: US$ 7 millones.
“Ya pasé lo peor que puede pasar, a los 25 años tuve el mayor fracaso en la historia del cine latinoamericano. Fue un golpe al ego brutal, pero algo que yo necesitaba, una cosa que me puso en mi lugar”.
-En Hollywood ¿cómo empezó esto de codearse con Eli Roth y Quentin Tarantino? 
-De hincha pelotas nomás. Las historias que se conocen son las cuatro que me funcionaron. Tarantino vio “Promedio Rojo” porque se la mostró Eli Roth, con el que nos conocimos en un festival y nos caímos bien. Tarantino vio la película, le gustó mucho y me dijo que me iba a ayudar. Al otro día llamo a la asistente, y ella me sale con que “Quentin le dice eso a todo el mundo”. Pasaron tres meses y en El País de España lo entrevistaron y preguntaron por lo que más le había gustado, y él les dijo que “Promedio Rojo” de Nicolás López. Eso fue como guuuau.
-”Promedio Rojo” la dirigiste con 21 años. ¿Cómo te sentiste en un ambiente donde tu currículum es de gente de 40?
-Lo que importa es contar historias, no ser famoso. Hay una generación de gente que es mucho más cortoplacista, no le interesa cómo hacer carrera; sí en cómo ser conocido rápido. Yo vengo del proceso de antes: hice un corto, tenía que conseguir dónde editarlo; después mandarlo en VHS a festivales para ver si lo aceptaban; cuando me lo aceptaban, viajar al festival; pegar en todos los bares fotocopias con el póster de la guea; después de eso publicitarlo e ir a la sala, esperar que llegara gente a la sala y que le gustara. Ahora, tú grabas con tu celular un corto, lo editas en tu PC y lo subes a youtube. Y le dices a alguien de Tokio, ¿oye, quieres verlo? y ahí está.
-¿Esta democratización tecnológica no produce, quizás, una sobre oferta, o una industria más amateur? 
-Sí, pero también es una de las maravillas de esta etapa, en que estamos inundados de información. Antes costaba tanto conseguir la información, que había un proceso de reflexión, de placer frente a la información, hoy estamos en una época donde todo está a un click de distancia. Es como cuando te comes un cuatro combos de McDonald, es como una ansiedad y no una saciedad. Lo mismo pasa con twitter; soy súper gatillo fácil, muchas veces te pasa algo, lo escribes como enojado, y no tengo el proceso reflexivo que antes tenía. Antes, para escribir una columna me demoraba seis horas y ahora 14 segundos en escribir 240 caracteres que alguien los va leer. Me parece súper interesante; yo soy un tipo adicto a twitter.
– ¿No crees que buena parte del recelo hacia tu trabajo se debe a que justamente haces comedias románticas, un género muy asociado a “lo gringo” ? 
-Yo cuento de las cosas que sé, si me pides hacer una película de Víctor Jara, de detenidos desaparecidos, yo no tengo idea. Hay mucho director –en el cine latinoamericano – de familia millonaria que se fue a estudiar cine a Paris, vuelve, y hace una película sobre la gente pobre de Bolivia. Yo sé de enamorarme, desenamorarme, de hacer películas que a mucha gente le duele el hoyo porque los personajes tienen movilización, tienen techo, tienen internet. El cine es aspiracional, por algo vas a ver a Justin Timberlake, a Hugh Jackman, Mila Kunis, o a Natalie Portman. ¿Hay que pedir perdón por ver belleza?
-El glamour aún es mal visto en el espectáculo en Chile…
-Obviamente, si hago una película quiero que la gente se vea bien. Anda a ver cualquier película argentina, incluso de arte: todas las minas son guapas, los gueones son guapos, tienen onda, la guea está bien filmada. En cambio acá hay que ser apocado, toda la gente tiene que ser fea, no sé qué. Está el Nueva York de Spike Lee, donde hay negros jugando básquetbol en Harlem, y está el Nueva York de Woody Allen. Los dos conviven, me entiendes. Hay un Santiago de Chile de Pablo Larraín, o de “La Buena vida” de Andrés Wood, versus “Que pena tu vida”. Y es el mismo Santiago ¿Por ser latinoamericanos tenemos que hacer historias que traten de la porno-pobreza, que es lo que a los europeos les fascina.
Chile es una ciudad cosmopolita y no tiene nada que envidiarle a Madrid, Brasil o a Londres. Entonces, cuando me dicen “ahh, la visión ABC1”, qué onda. La guea cambió, sácate el chip, vivimos en otro Chile ahora.
-¿Y por qué, entonces, hoy hay tantos movimientos sociales, por qué hay una juventud movilizada, si todo está tan la zorra?  
-Porque por fin despertamos, estamos viviendo en una España del 83, después que se murió Franco. O sea, está Almodóvar haciendo “Luci, Pepi. Bom, y otras chicas del montón”, está recién la gente empezando a salir a las calles, y en cine, haciendo películas filmadas en Chile que son género. Mientras América Latina no haga género, estamos cagados, porque vamos a seguir haciendo “cine latinoamericano” que nadie va a ver.
“Violeta… es genial, está muy bien hecha, pero no es una película de porno-pobreza, es una película que está mostrando una realidad de Chile de un personaje icónico, pero que es finalmente una película de industria, es un biopic. Es como una Johnny Cash gringa.
 

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