Niños puertas afuera

/ 25 de Abril de 2014

No es fácil explicar por qué algunos niños, niñas y adolescentes terminan en las calles. A veces los padres incentivan a sus hijos o hijas a salir a mendigar, a robar. Otras veces son los niños o niñas quienes eligen irse de casa para escapar de situaciones de violencia doméstica. Sacarlos de allí es demasiado difícil. Algo tiene la calle que los seduce y llama a pesar de la cruda realidad. Los niños de la calle hoy son muy distintos a los de 10 y 20 años atrás. Visten bien, se resguardan, son “vivos” y pierden rápido la inocencia. La historia muestra el esfuerzo de quienes confían en el milagro de regresarlos a un hogar.
 
Pensar que Mario bebía 12 litros de alcohol al día, teniendo apenas 12 años, irrita, duele, sacude. Pensar que vivió 10 años en la calle y que hoy, a los 22, quiere comenzar una vida distinta, conmueve. Su historia es una luz de esperanza, para él y para quienes trabajan en un corajudo proyecto social de la corporación Catim, llamado Suyai. Un nombre en mapudungun que significa lo que buscan estos pequeños perdidos en la ciudad: esperanza.
EquipoEquipo de profesionales del Programa Suyai.
Mario dejó su casa en la rebeldía de su infancia. Comenzó a pernoctar en la calle, a consumir drogas, a robar, a mendigar, a vender cosas. Se alienó de la realidad y de toda norma. Recalca en su entrevista publicada en la primera edición de la revista del programa Suyai, que no le importaba nada, que andaba cochino, hediondo, que era igual que un perro, que se dormía donde lo pillara el sueño. Así es el mundo de los niños en situación de calle. Y también puede ser aún peor si se le agregan otros males conocidos y vinculados a la desprotección, como son la explotación sexual infantil, su trabajo con narcotraficantes y la delincuencia.
Los niños y niñas de la calle viven en un escenario crudo y cambiante, peligroso y libre, incentivado por situaciones adultas que los empujan a mendigar, a robar o simplemente a escapar de situaciones de violencia doméstica. Se estima que la cantidad de menores sin hogar llega a los 40 mil en Chile. En Concepción las cifras no son precisas, pues nuestra realidad climática y social es más vulnerable.
La Encuesta sobre Personas en Situación de Calle, del Ministerio de Desarrollo Social, efectuada en 2011, registra que en ese entonces existían 66 pequeños en situación de calle en la Región del Biobío. Según Jaime Contreras Álvarez, encargado regional del Programa de Acompañamiento a Niños y Niñas en Situación de Calle en la Región del Bío Bío y encargado Regional de Poblaciones Vulnerables del Ministerio de Desarrollo Social, “la pobreza es multidimensional y esa foto es de un momento específico. Un niño puede estar en la calle un día y al otro no. Depende de la temporalidad, en invierno hay menos. Sin embargo, la cifra oficial que se maneja es 66”.
Quiere decir que el número puede ser menor o también mucho mayor. No se habla de niños de la calle sino sin hogar, ya que al alejarse de sus casas se van donde amigos, conocidos, traficantes, delincuentes y también lugares de beneficencia y resguardo que los acogen en forma transitoria. Llegan para irse. Siempre es igual. Quienes trabajan con ellos cuentan los miles de mundos cruzados de estos pequeños que van forjando su carácter con el valor de la inocencia perdida.
Y en medio de todo esto surge un proyecto en Concepción llamado Suyai, al alero de la Corporación Catim, entidad sin fines de lucro que trabaja por el buen trato y la integración social.

RECUPERAR LA CONFIANZA

El programa partió oficialmente en agosto de 2012, explican Pilar Cortés, monitora, Juanita Saavedra, asistente social, y Heriberto Zura, psicólogo. Enfatizan que el programa consiste básicamente en sacar a los niños en situación de calle de ese contexto, cambiando su calidad de vida y tratando de reincorporarlos e integrarlos a la sociedad.
No es fácil, porque ellos crecieron sin lo que un pequeño merece y le corresponde. Sin amor, sin mimos, sin juego. Sin el calor y la alegría que todos necesitamos para creer en el futuro.
“A través del apoyo psicosocial y el acompañamiento, buscamos ser otro referente significativo de una nueva relación saludable con los chicos, para que ellos tengan alguien en quién confiar. Trabajamos con esta lógica del vínculo, la confianza y la superación, donde primero buscamos establecer un lazo que no sea forzado, que sea lo más natural posible, como si lo estableciéramos con cualquier persona que conocemos. Ha sido un proceso lento que depende del tiempo de cada chico,  aunque un factor importante es que nosotros tratamos de ser constantes, permanentes, y que ellos sepan que estamos ahí para acogerlos”, agrega el psicólogo.
Después, estos profesionales pasan a la fase de confianza donde intentan conciliar este vínculo y tratan de construir con ellos un proyecto de vida, donde estar en la calle no sea una alternativa. La idea es que puedan ver otras oportunidades, otras estrategias de sobrevivencia. Más allá de las conductas infractoras de ley, más allá de la mendicidad o de andar dependiendo de alguien para salir adelante, consumiendo drogas o estar en la red de explotación sexual comercial infantil. El objetivo es que puedan visualizar otras formas de vida. Ése es el tema de la confianza.
“Y la superación es consolidar todo esto en un proyecto de vida y poder salir adelante, esa es como la lógica. Nosotros hemos llegado hasta la etapa de la confianza no más con los chicos y estamos recién empezando con el tema de la superación”, explican.
Juanita Saavedra indica que el tema de la superación no tiene que ver sólo con un tema de construcción de los profesionales, “sino también con cómo la política pública, cómo los servicios y los dispositivos sociales y las redes, articulamos para que esa superación sea posible. Son desde requerimientos básicos hasta requerimientos medios. En los elevados entramos a niveles críticos, porque generalmente la institucionalidad no está preparada para que los chiquillos que han sido discriminados y vulnerados logren cumplir esta etapa”. Traducción: la superación es, en definitiva, salir de la calle, insertarse y dejar las conductas infractoras de la ley con un modelo que diseña el niño con su monitor.Juanita-Saavedra
 
Juanita Saavedra, asistente social.
“Nosotros preparamos la cancha para puedan lograr realmente el cambio. No olvidemos que igual son menores de edad, por lo tanto, no podemos esperar que piensen como adultos, porque están en un constante crecimiento con responsabilidades. Ellos se crían solos, prácticamente”,  acota Juanita.

Estrategias para sobrevivir

Hacen cosas de grandes, pero piensan como los niños que son. Buscan dinero, un plato de comida, pero en el fondo su principal carencia es el amor. Se apegan a quienes le entregan algo de eso, pero llegar a comunicarse es complejo.
En Suyai trabajan con 40 niños como parte de cupos de programas ministeriales. El año pasado se concentraron en 30, y con siete pequeños por monitor. Pero la realidad es que el número de infantes callejeando es muchísimo más agudo, aunque Suyai se aboca a una parte importante.
“Este año estamos afianzando el vínculo con los que estaban el año pasado, y dentro de la estimación, sólo en el Gran Concepción, calculamos que son 60 u 80 niños sin hogar, más o menos. Pero hay muchos más no detectados. Nosotros trabajamos con la voluntariedad, hay muchos niños que no quieren entrar al programa o al de otras instituciones; sin embargo, igual hay que contabilizarlos”, asegura Pilar.
Pilar-CortésPilar Cortés, monitora.
 
Ese catastro del Ministerio de Desarrollo social revela también un perfil de las personas en situación de calle a nivel nacional. Indica que la mayoría llega a pernoctar fuera del hogar por estresores vitales. Eso quiere decir: violencia intrafamiliar, drogadicción, alcoholismo, deserción escolar. Si uno lo ve a través de una línea de tiempo, se da cuenta que es en la niñez donde más existe esta realidad de que exista una familia violenta, donde hay círculos de delincuencia y droga. Por eso se coloca tanto el acento en ocuparse de la infancia para no tener posteriormente adultos en situación de calle.
Desarrollo Social implementa un sistema piloto de intervención con estos niños intentando subsanar situaciones de calle, a través de Suyai, de la Corporación Catim. Esta misma experiencia se repite en cinco regiones y es un poco distinto a los que se hace en los PEC o Programas Especializados en Calle. Se trata de un acompañamiento psicosocial, elaborando planes de trabajo con ellos, dándole más oportunidades y herramientas para que ellos decidan cómo superarse. Es otra visión para abordarlos y ayudarlos.
La ruta de la calle comienza con problemas en el hogar, con vínculos que están rotos. A veces se van solos, otras los echan de la casa. Primero se van donde un amigo. Después donde un compañero de curso, después donde un pariente. No siempre están en la calle, porque de alguna manera la red de protección funciona. El Sename los busca para protegerlos, pero también se fugan de allí. “Utilizan las redes de ayuda como supervivencia. La idea es que la gente se vaya sumando para evitar esta situación. Son pocos los que pernoctan en la calle, porque ocupan las instituciones para eso. A veces las ocupan cuando tienen un problema en su círculo, o para esconderse. Cuando se les olvida que los quieren matar, entonces vuelven a irse”, explica Heriberto.
Heriberto-ZuraHeriberto Zura, psicólogo del proyecto Catim.
 
El Kevin tiene 16, según dice, pero no creo que tenga más de 11. Cuenta que anda con sus hermanas, pero son dos amigas. En conjunto se protegen y se reparten las monedas que sacan en la noche. Dicen que su mamá los está esperando un poco más allá. Pero un poco más allá no hay nadie. Tampoco se llama Kevin. Y el psicólogo recalca que “mienten como método de supervivencia. Saben instrumentalizar a las personas. Pero también fantasean y se creen el cuento. Se inventan historias. Estar en la calle ya es muy duro, entonces se crean realidades como método saludable para protegerse y construir su resiliencia, para seguir día a día”.
La ruta para salir de casa en muy similar en todos. Empieza una estada o un circuito por la red de protección. Los que empezaron en ese circuito señalan desconfianzas por el mundo adulto. “Hay que reconocerlo. Son chicos que han sido víctimas de negligencia, todos ellos han sido defraudados, porque los adultos no se han preocupado de ellos, no han procurado el primer ambiente protector que ellos requieren. Eso en los casos que existan los padres, porque también hay muchos casos en que los padres no están presentes”, explica Juanita
Los monitores de Suyai tratan de desarrollar un vuelco profesional, trabajando la afectividad con estos chicos. Muchas veces los protocolos institucionales hacen separar al profesional del sujeto de intervención. Los chiquillos entonces instrumentalizan la ayuda., generan una pared. Nosotros tratamos de romper eso, generando una relación, entendiendo que tenemos distintos roles, pero respetando que ellos son un sujeto de derecho y no un objeto. No es que “yo profesional” quiero sacarlo de la calle, sino que respetamos cómo ellos quieren salir de la calle, sentencian los especialistas.
“Respetamos el proceso, porque entendemos que ellos han pasado por una adultización, pues no actúan como niños, pero sí piensan como tales. La calle obliga a los niños a estar a la defensiva, pero al momento de conocernos la cercanía es distinta”, agrega Pilar Cortés.

Mucho tacto

El acercamiento a los niños de la calle es muy sutil. Llegar a comunicarse es delicado. “Por ejemplo, en la etapa de vinculación, tenemos una fase que es la vinculación cero, donde ni siquiera nos reconocen, no nos pescan. Después, cuando te rechazan, para nosotros ya es algo. Aunque nos hagan un gesto de rechazo. Ahí ya hay un comienzo, es positivo. La comunicación verbal o no verbal es un avance, porque significa que ya nos reconocen. El siguiente paso es ya en contacto físico. Un apretón de manos, un beso en la mejilla. Y después, ante el paso de aceptar nuestras propuestas, ellos responden”, comentan los monitores.
Los profesionales de Suyai trabajan en un centro de operaciones en Concepción, pero hacen terreno en la ciudad, y también en Talcahuano, en San Pedro de la Paz, en Chiguayante, en Penco y en Coronel. Cada comuna tiene su contexto súper diferente, pero es increíble como todos estos niños se conocen. No se cambian mucho de lugar de callejeo, pero se conocen. “Se han terciao”, dicen ellos, una extraña forma de explicar que se han visto antes.
También las realidades son diferentes según las comunas, y es distinto un niño de la calle ahora, que hace 20 años. Hoy se considera más el concepto de “niños sin hogar”, que a pesar de estar todo el día callejeando son pequeños que a veces llegan a dormir a un lugar, que a veces tienen espacios dónde ducharse y dónde alimentarse. A veces, esos espacios no son los más adecuados, porque se les pide canje por ello. De ahí que tantos estén vinculados a las redes de explotación sexual infantil. Canjean este espacio de “protección” por ejercer el comercio sexual. Y es muy delicado. También llegan a las casas de consumo, donde pueden sentirse bastante tranquilos… a cambio de hacer papelillos de droga.
Hay dos tipos de casas de consumo, una es donde ellos se juntan a consumir y la otra son las casas de los microtraficantes. Es crudo, pero así se forman sus estilos de supervivencia.  Hacen el trueque por dormir o por alimentos, pero no les dan dinero. Y cómo no, también a cambio de droga.
“Esas casas están vinculadas a la red de explotación de comercio sexual infantil. Nosotros hemos  recopilado información por los mismos chiquillos y por otros programas de que hay programas donde retienen drogados a los niños. El proyecto Aura, por ejemplo, tiene identificados los sitios donde sucede esto, los domicilios, las personas, pero la investigación judicial está entrampada. El año pasado tratamos de reactivar esto con abogados y mucha gente, pero no hay respuesta”, reclama Heriberto.
Hacen todo un trabajo, un esfuerzo, pero todo llega ahí, sin ningún puerto. Pero no sucede sólo con la justicia, sino en todo ámbito. Comentan que incluso llevar a un chiquillo al consultorio ya es un problema. “Yo tengo el caso de uno de los niños, con el que logramos desarrollar su proyecto de vida y hoy está otra vez en la calle. Le conseguimos un trabajo, incluido su permiso notarial para que se capacitara, pero no lo dejaron capacitarse, porque era menor de edad. Terminó octavo básico, buscó un trabajo como peoneta. Duró poco tiempo, pues se dio cuenta que ganaba mucho más traficando que en una pega limpia. Las conductas infractoras de ley le reportan mucho más dinero que un trabajo normal”, sentencia el psicólogo.
Más que una historia, parece un karma. Pero lo hermoso de todo esto es que el proyecto no mira sólo cifras. Un niño fuera de la calle es un logro mundial. Un Mario sano y bueno es una alegría tremenda para la gente que lo acompaña. Y una persona que aporte y, quiera saber más, respecto de cómo ayudar es una tremenda esperanza.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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