¿Amiga o enemiga? Ésa es la duda de los padres cuando se ven enfrentados a la disyuntiva sobre si permitir o no que sus hijos interactúen con la tecnología. Pero ¿qué hacer, si los celulares, tablets y computadores son parte de la vida diaria de las personas y, por lo tanto, del “hábitat” de los pequeños? “Orientar su uso” es la respuesta que entrega la Directora de Educación de Jardines Infantiles Vitamina, María Luisa Orellana, quien agrega que lo importante es no demonizar su utilización, sino que hay que poner atención en equilibrar su empleo y compatibilizarlo con las necesidades de aprendizaje de los niños en sus distintas etapas de desarrollo.
Recomienda que los pequeños tengan cierta interacción con la tecnología a partir de los dos años. “Limitarlo a esa edad se fundamenta en lo relevante que es en esta etapa la interacción con los pares, el movimiento y el contacto con la naturaleza”, señala.
La especialista explica que no se deben incorporar las tecnologías como un hábito más de la rutina diaria de un niño y que tampoco debe usarse como recurso para mantenerlos quietos y tranquilos. “Lo adecuado es buscar contenidos que los desafíen y les aporten de acuerdo con sus edades”. Es decir que, por ejemplo, les acerquen a la formación de habilidades sociales como la empatía o la amistad, o que favorezcan el desarrollo de la atención, o los inicien en la escritura, la lectura, y el aprendizaje de conceptos matemáticos en situaciones cotidianas. Todo eso, advierte, siempre con tiempos limitados, porque la exposición a ellas por períodos prolongados limita sus oportunidades y puede generar dificultades. Por lo mismo, no se recomienda que los niños de entre 2 y 6 años se expongan más de una hora al día a la tecnología.
Es importante asegurar que la tecnología no reemplaza las interacciones directas de los niños con sus pares ni menos el acceso a la vida social fuera de sus casas.