Nuestro cáncer de mamas

/ 21 de Septiembre de 2016

En diferentes etapas de sus vidas, a las tres les dieron la noticia que recibe 71 de cada 100 mil chilenas y 1,5 millones de mujeres en el mundo en un año. En sus mamas habían crecido células malignas ocasionándoles cáncer en diferentes estadios.

Con nosotros compartieron sus vivencias en cada una de las etapas de su tratamiento y también sobre la particular forma de ver la vida que les trajo esta enfermedad.

Por Pamela Rivero / Fotografías: Pedro Parraguez.

 
A pesar de sus ires y venires a la misma clínica para recibir su tratamiento médico durante los últimos años, Karina Sierra (40), Mirna Werner (58) y Karina Venegas (35) nunca antes se habían encontrado. Ni siquiera se ubicaban de vista, pero bastó que una de ellas comenzara a relatar su historia, para que rápidamente su conversación fluyera en torno a sus casos y a sus experiencias con el tamoxifeno, con la caída del pelo, con las náuseas, las lagunas mentales, los efectos secundarios y con el catéter que las tres llevan incrustado en su pecho desde que comenzaron con sus ciclos de quimioterapia para tratar el cáncer de mamas que padecen.

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Karina Sierra.
En diferentes etapas de sus vidas les dieron la noticia que recibe 71 de cada 100 mil chilenas y 1,5 millones de mujeres en el mundo en un año: “Tienes cáncer de mamas”, según la Organización Mundial de la Salud, “lejos” el más frecuente entre las mujeres, tanto en los países desarrollados como en los que van hacia el desarrollo, y que en Chile representa alrededor del 30 % de los cánceres femeninos.
Mirna Werner, casada y madre de tres hijas, estaba consciente de estas cifras y también de sus antecedentes familiares, por dos tías suyas y una prima que habían padecido esta enfermedad. Por eso cuando en el verano del 2015 palpó una pelotita en su mama izquierda, que rápidamente comenzó a crecer hacia el lado, entendió que algo no andaba bien. Lo que ella intuía se confirmó cuando la persona que le hacía la ecografía mamaria mandó a llamar a su ginecólogo (cuya consulta estaba en el mismo edificio), “para que se fuera a su casa con un diagnóstico”. “Imaginé que ese apuro tenía que ver con algo más. Cuando apareció mi ginecólogo me miró y me dijo: le tengo una mala noticia”. No lo dejó terminar y retrucó: “No me diga más, tengo cáncer ¿cierto?”.
Tenía un tumor que casi medía cinco centímetros, grave, “un cáncer para morirse”, me dijeron.
 

El peor consejo

El cáncer de mama es una enfermedad por la que se forman células malignas (cancerosas) en los tejidos de la mama. Es la segunda causa de muerte en Chile, y la primera por cáncer entre las mujeres de nuestro país.  Las posibilidades de padecerlo aumentan con el avance de la edad, por antecedentes familiares, por el sedentarismo, la obesidad y por una exposición prolongada a estrógenos, como lo que sucede por causa de una menarquia precoz o una menopausia tardía.
Ni Karina Sierra (profesora de Educación Física) ni Karina Venegas (psicóloga) tenían esos factores de riesgo. Al momento del diagnóstico ninguna había llegado a los 40 años, por lo tanto nadie todavía les había aconsejado realizarse una mamografía anual. No fumaban, no consumían alcohol y llevaban lo que puede llamarse una vida sana. Para ambas el diagnóstico fue una sorpresa, aunque una tuvo la fortuna de recibir una buena orientación a tiempo, mientras que a la otra le dieron el peor consejo que se puede recibir en estos casos.
Un día de abril del 2013, Karina Sierra sintió dolor al levantar su brazo derecho parecido al que producen los músculos resentidos por el ejercicio. Le comentó eso a la enfermera del colegio donde trabajaba, y ésta le aconsejó que inmediatamente pidiera hora para hacerse una mamografía.
Karina Venegas, por su parte, en 2015 había sido mamá por segunda vez, a los 34 años. Su hija recién había cumplido seis meses cuando notó algo raro en su mama izquierda. “Era una sensación parecida a cuando la leche queda retenida, y como recién había dejado de amamantar, pensé que era parte de ese proceso”.  Luego aparecieron unos bultitos que ella creyó eran producto de la acumulación de leche. Para salir de la duda acudió donde una matrona, quien tras examinarla le dijo que “se relajara”, que “no era nada malo” y que todavía “era muy joven para que le diera cáncer”. “Fue el peor consejo que me pudieron dar, porque dejé pasar el tiempo y consulté meses después, cuando los bultitos me comenzaron a producir dolor”, relata. Nunca quiso saber el tamaño de su tumor ni en qué estadio se encontraba su cáncer de mamas. Se concentró en asumir que éste no era operable sin que mediaran algunos ciclos de quimioterapia para reducirlo, y en rezar para que las “quimio” lograran su cometido.
 

Creer en lo que te dicen los médicos

No hay un consejo ni una recomendación tipo para enfrentar un diagnóstico de cáncer. Por su formación, que le ayuda a entender mejor la siquis humana, Karina Venegas decidió no tener más información que la que le entregaron los médicos. “Por salud mental nunca abrí un examen antes de que lo viera mi oncólogo. Tampoco me metí a Internet para buscar pronósticos para mi enfermedad, porque la gente tiende a quedarse sólo con la parte mala de lo que lee y eso afecta aún más el ánimo, cuyo equilibrio es tan importante como el buen resultado de la quimioterapia”, argumenta.
Cuando recibes la noticia, añade Karina Sierra, uno de inmediato supone que no hay mucho por hacer. Y aunque su cáncer era de los que tenía buen pronóstico: grado uno y sin compromiso linfático, “igual te pasas rollos, te pones paranoica: te duele la cabeza y crees que tu cáncer se ramificó al cerebro; sientes molestias en una rodilla y piensas que llegó a los huesos, viene un dolor en la espalda y te imaginas que se fue a los pulmones. Pasa un buen tiempo hasta que uno pueda dejar ese estado de intranquilidad y creer en lo que te dicen los médicos”.
Para ambas, finalmente, el consejo que les dio su mastólogo, Jorge Pierart, en la Clínica Universitaria de Concepción (CUC), fue decisivo. Karina Venegas recuerda: “Me dijo, el cáncer es como cualquier otra enfermedad. Te podemos dar el mejor tratamiento, pero si tú te desmoronas y haces una depresión, nada va a resultar porque se va a deprimir tu sistema inmune”.  Esas palabras se convirtieron para ella en una especie de mantra que día a día le recuerda que ni el desánimo, ni la pena ni la autocompasión tienen cabida en su vida.
En esa etapa, dicen las tres, es fundamental tener una buena red de apoyo, de la familia, de sus parejas y del equipo médico “en el que debes confiar”.
Para su suerte, sus parejas se involucraron en sus tratamientos tanto como ellas mismas, estudiando, entendiendo la enfermedad, sus procesos y sus consecuencias. “Y por Dios que agradeces ese apoyo, porque aunque uno intenta mantenerse fuerte, con ánimo y ganas de recuperarse, éste es un proceso súper largo y a veces te cansas y necesitas ese respaldo”, explica Karina Venegas.
 

Lo físico es lo de menos

Las alternativas de tratamiento para el cáncer de mamas variarán de acuerdo con el tipo, etapa y grado del cáncer. Karina Sierra se sometió a una mastectomía parcial para sacar el tumor de su mama derecha. En la misma cirugía le extirparon el ganglio centinela, el primero de la fila de ganglios que se encuentra junto a la axila y que pueden conducir el cáncer hacia otros órganos del cuerpo. Luego vino la radioterapia y cuatro ciclos de quimioterapia; tras lo cual siguió otro tiempo con herceptina, para evitar la aparición de tumores, y con una pastilla diaria de tamoxifeno, por cinco años, que funciona como supresor de estrógenos, pero que ella de muto propio interrumpió por sus efectos secundarios.

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Karina Venegas.
Para Mirna Werner y Karina Venegas la operación no era la primera alternativa. El tamaño de sus tumores y el compromiso linfático hacían arriesgada una cirugía inmediata. Para ellas la primera opción fue la “quimio”: seis ciclos para Karina y 16 para Mirna, con el objetivo de reducir el tamaño de sus tumores.
“Si bien estás concentrada en que la quimioterapia resulte y que logre achicar tu cáncer, el miedo a sus consecuencias siempre está. Tras la cirugía donde te instalan el catéter en tu pecho para administrar los medicamentos te dan el listado de lo que te puede suceder en el proceso, y asusta, pero hay que tener claro que todos son supuestos y que nadie reacciona de la misma forma”, explica Mirna. Ninguna de ellas sufrió intensamente durante esta fase de su tratamiento. No hubo vómitos, decaimiento y los padecimientos que envían a la cama a algunas personas durante la quimioterapia. Mirna Werner vive en Cholguán, y Karina Venegas, en Los Ángeles, por lo que debían viajar hasta Concepción para recibir su tratamiento en la CUC. “Yo aprovechaba estos viajes para hacer otras cosas, y muchas veces después de las quimios me fui al supermercado o al mall porque éstas como que me activaban, al contrario de lo que le sucede a otra gente. Tal vez en esto tuvo que ver la confianza que deposité en mis doctores, Rodrigo Ascui y Marcos Vera, y en la fe que siempre tuve en la quimioterapia. Jamás me preocupé por sus consecuencias y pensaba que llegar a que me administraran los medicamentos era como llegar a tomarme un té”.
Lo que sí tuvieron fueron cambios físicos evidentes. Para empezar, a las tres se les cayó el pelo. Karina Sierra intentó conservar el largo de su pelo, al menos hasta la licenciatura de sexto básico que se hacía en el colegio de su hijo. “Pero el dolor en el cuero cabelludo era cada día peor, así es que dos días antes me rapé no más y así partí a la ceremonia”. Mirna por su parte, además, perdió la pigmentación de su cabello, las uñas de sus pies, se quedó sin cejas ni pestañas y todavía la complican las lagunas mentales que durante la conversación a veces la dejan en blanco por unos segundos, por eso siempre está leyendo, pues de esa manera aumenta su concentración.
“Cuando ves los progresos de tu tratamiento, el pelo o todo lo que afecte a tu físico da lo mismo y se convierte en lo último del listado de tus prioridades, porque hay un objetivo mayor”, señala Karina Venegas. Tras siete meses de tratamiento, ella tuvo un 80 % de respuesta a la quimioterapia. En junio de este año le extirparon la mama izquierda y en su lugar mientras tanto tiene un expansor que “hace espacio” para luego colocar un implante, y con una pastilla diaria de tamoxifeno bloquea la producción de estrógenos, en su caso, los causantes de su cáncer mamario.
El cáncer de Mirna Werner tenía un desafío mayor. Tras 16 ciclos de quimioterapia su tumor de cinco centímetros se redujo al tamaño de una arveja. Le hicieron una mastectomía parcial. Había que sacar el tumor y una importante parte del tejido mamario, por ello en la misma operación también intervinieron su mama sana para dejarlas simétricas. “Pasé de copa D a B en un sólo día”.
 

Nada es absoluto

Las Karinas y Mirna hoy están en la etapa denominada de seguimiento, que durará aproximadamente cinco años, durante los cuales deben hacerse una mamografía cada seis meses y tener controles médicos periódicos. “Sabemos que no hay que descuidarse, porque cuando el cáncer te agarra es difícil que te suelte”, dice Karina Venegas. Ella durante su tratamiento también tuvo que someterse a una ooferoctomía bilateral (extirpación de sus dos ovarios), mientras que Karina Sierra al cierre de esta edición estaba en el pabellón para someterse a una histerectomía debido a un engrosamiento de su endometrio que potencialmente podría ser generador de un nuevo cáncer.

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Mirna Werner.
“Hoy quiero estar tranquila, y no vivir pensando en que en unos años más podría tener nuevamente cáncer. Ya tengo un hijo de 15 años y una nueva forma de ver la vida donde mi tranquilidad inmediata está por sobre todo lo demás”.
Hace poco más de un año, cuando recién había finalizado su tratamiento con la herceptina, su marido falleció de un ataque cardiaco. “Tomamos desayuno juntos y cuando regresé al mediodía a la casa, él estaba muerto. No hubo tiempo de despedirnos, de realizar los planes que habíamos pospuesto por mi cáncer, nada. Y como sé que no tengo tiempo para perder, preferí una nueva operación antes de vivir en la incertidumbre”, señala.
Mirna Werner cuenta que ya recibió la noticia de que el cáncer se fue de su cuerpo, pero que debe seguir con el tamoxifeno durante siete años.
Karina Venegas aún sigue con licencia médica, aunque está ad portas de recibir su autorización para volver al trabajo. “Hoy espero con tranquilidad que cada etapa de mi tratamiento se vaya cumpliendo, sin apuros ni ansiedades. Hoy me preocupa sólo mi recuperación porque tengo dos hijas chicas y un marido que me necesitan. Todo lo demás puede esperar. Sé que el cáncer no es el centro de mi vida, pero también que con el cáncer no hay nada absoluto, que a veces puedes ir como avión pero de un momento a otro se presenta un nuevo problema, y que, por lo mismo, hay que vivir el día a día”.

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