Propósitos clave de la educación del siglo XXI

/ 14 de Septiembre de 2023
Dr. Jorge Maluenda Albornoz.
Departamento de Ingeniería Industrial,
Universidad de Concepción.

 

  Cuando se discuten los propósitos para la educación del siglo XXI es usual ver un énfasis importante en las habilidades tecnológicas de las personas. Tanto es así, que en los últimos 30 años se crearon oficios y profesiones que pretendían abarcar las necesidades emergidas de la evolución de las tecnologías.

  El desarrollo actual de la humanidad ha demostrado ir a una velocidad muchísimo mayor a la que alguna vez se pensó. En solo medio siglo, pasamos desde una era prácticamente análoga a una por completo digitalizada, y el avance ha sido tan inmenso que, incluso, aspectos como la Inteligencia Artificial (IA) alcanzan hoy un nivel de usabilidad extremadamente grande. Tanto, que los oficios y profesiones que habíamos planificado para el futuro están hoy en duda.

  Cada revolución tecnológica que se ha presentado en la historia ha traído profundas transformaciones en la sociedad, así como feroces ajustes tanto en la producción como en la vida cotidiana, conllevando una adaptación de los seres humanos a ocupar labores de mayor complejidad y menor nivel de riesgo. Así, por ejemplo, el surgimiento de la agricultura permitió superar la necesidad del vivir de manera nómade, pero involucró dominar la técnica de cultivo, cosecha y almacenamiento. La escritura, obligó a una alfabetización progresiva. La revolución industrial, implicó el dominio de maquinaria y procesos. Y la primera revolución informática, requirió la adaptación al uso de sofisticados equipos computacionales.

  Lo importante de esto es que cada una de esas transformaciones implicó mayor educación y capacitación humana, así como cambios profundos en las estructuras sociales, económicas y políticas. Pero, sobre todo, estas transformaciones empujaron a la humanidad a elevar su propia capacidad intelectual y pensamiento de orden superior, con el claro matiz de las desigualdades sociales y económicas de las naciones.

  Cada nueva revolución nos lleva a replantearnos los propósitos y métodos para educar. En mi convicción, cuando nos vemos obligados a analizar la cuestión, volvemos al origen. Por sobre el dominio de una técnica se superponen las habilidades de pensamiento e interacción superiores, lo que nos hace más “puramente” humanos.

  Así, independientemente de los cambios que se avizoren para el futuro, la necesidad del pensamiento crítico y la comunicación efectiva parecen indefectibles. Agregaría como pináculo del conjunto de habilidades la metacognición (ser consciente y pensar sobre el pensar) y la metacomunicación (pensar sobre la comunicación), bases para la autorregulación.

  Estas últimas son habilidades centrales en la era que comenzamos a vivir. Un ser humano que no es capaz de supervisar sus propias formas de pensar e interactuar consigo mismo y con otros es alguien que experimenta un cierto grado de “ceguera” intelectual, que le impide seguir aprendiendo, mejorando y adaptándose de forma efectiva.

  Hace 30 años para interactuar apropiadamente con la máquina era necesario entender la forma en cómo esta procesaba y administraba la información, para así formular problemas en lenguaje computacional (pensamiento crítico) y elaborar métodos que produjeran respuestas útiles (pensamiento computacional). Para ello, era indispensable instruir a las personas en el lenguaje de la máquina y comprender sus respuestas (lenguajes de programación). Más recientemente, previo a la masificación de la IA, esta “relación” se vio facilitada por las interfaces intuitivas, que no son más que un mejor diseño del software que facilita nuestra capacidad de interactuar con las máquinas y reduce las brechas de lenguaje.

  Hoy, el desafío no se focaliza sobre el pensamiento y la comunicación unidireccional, sino en la forma de relación bidireccional entre la máquina y el ser humano, aunque seguimos en la esfera del pensamiento y la comunicación. El uso de la IA o de cualquier otra tecnología afín requiere de la capacidad humana para detectar, definir y comunicar problemas específicos, además de analizar y comprender las respuestas que nos entrega, para luego decidir y actuar de la forma más eficiente y ética entendiendo el por qué y para qué de lo que estoy haciendo, así como sus impactos.

  Esto plantea un desafío mayor al currículum escolar y universitario, sobre todo considerando que la preocupación del ministerio es lograr que los niños lean y escriban en cuarto básico. Un desafío no solo sobre las metas que perseguimos, sino también sobre los métodos.

  No se trata de sobrepoblar aún más el currículum, sino de pensar en el para qué y el cómo de nuestra educación.

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