¿QUEDAN HOY EN DÍA CABALLEROS?

/ 16 de Febrero de 2009

No es mi ánimo generalizar, sino hablar de las excepciones. Hay damiselas que se preguntan si los caballeros están en extinción. Mi abuela, que en paz descanse, se hubiera muerto de un infarto al ver el comportamiento de algunos galanes. De hecho, ya nadie la toma a una gentilmente del brazo para atravesar la calle, ni le abre la puerta del auto para bajarse y, menos, le prende el cigarrillo a las que aún somos “pecadoras”. ¡Jesús, María y José! habría exclamado la buena señora, mi nona, si se enterara de que los que abundan hoy son los cobardes. No le tengamos miedo al buen castellano, chiquillas. Hay dos tipos de cobardes. Los que le pegan a las mujeres y las dejan amoratadas y los que las agreden psicológicamente con las palabras. O con el silencio.
Una amiga mía me llamó al celular hace poco. Ella vive en Santiago, es separada, bella, distinguida, pero demasiado romántica. Cree que cada galancete que se le acerca anda montado en un caballo alazán, listo para sacar su espada y defenderla de los peligros. Pues bien, cuando me llamó sollozaba con hipo. “¿Sabes?, me dijo, mi último pololo, con el que llevo un año de relación, me acaba de dejar plantada. Quedamos en reunirnos en el Alto Las Condes para tomarnos un café y lo esperé dos horas en el auto. La muy “nerd” llamé a Carabineros del sector para saber si había ocurrido un accidente porque él es bien loquillo para manejar. ¿Qué hago?”, seguía llorando y con un hipo rebelde. Yo le dije tajante: “¡A ti, nadie te deja plantada! ¿Me oíste? ¡Ándate a tu casa ahora mismo y apaga el celular!”
Ella dudaba “¿Y si le ocurrió algo grave? Jamás me había hecho este numerito”. Le dije “mañana mira el diario y busca en las defunciones”. “Ay, no seas pesada”, siguió gimoteando. “Te apuesto que en un par de días vas a ver a ese caballeritingo, que se cree tan hidalgo, muerto de la risa en la columna de Vida Social”, le comenté. Dicho y hecho. Así ocurrió. Allí estaba el perla en una inauguración, vivito y coleando. Lo peor es que jamás se atrevió a darle la cara para decirle a mi amiga (que ojalá nunca lea esta página en que ventilo su caso) para decirle en su cara, que había roto con ella. Quizás no se atrevió a enfrentarla.
Mi interés por la semántica me llevó a buscar la palabra “caballero” en el diccionario de la Real Academia. Me encontré con acepciones como “hidalgo de nobleza calificada”, “persona distinguida”, “término de cortesía que se aplica a cualquier hombre de noble conducta, aunque sea de igual o inferior condición”.
Me hizo acordar de mi padre, que fue un caballero de tomo y lomo, justo, ponderado, ecuánime, cortés y valiente. “Diga la verdad aunque duela. Si quiere, la dice con diplomacia, pero dígala mirando los ojos de la otra persona”, me enseñó.
Sabio consejo. Las verdades deben decirse cara a cara. Menos mal que tengo un amigo que es de verdad un hidalgo de marca mayor. Fue distinguido con la Orden de Caballero por sus nobles acciones y su contribución a la historia de la Región. Él es Armando Cartes Montory, abogado, historiador, académico, investigador. Y caballero. Cuando lo llamé para felicitarlo me agradeció diciendo en semiserio: “Tengo mi capa y espada a tu disposición ante cualquier villana o villano que te ofenda”. Estoy que se lo presento a mi amiga. Para que conozca a un caballero de verdad.

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