“Cambia, para que nada cambie…”. Por estas semanas estamos viendo en los medios de comunicación la seguidilla de inquietudes de alumnos, padres y población en general respecto de la trascendente reforma educacional. Como en el ping pong, de uno y otro lado cifras y cifras.
Una vez más creo que volvemos a confundir el orden de los factores al insistir en posibles dibujos puramente cuantitativos o formales en probables asunciones del nuevo paradigma educacional chileno.
Como docente y académico por más de un tercio de siglo, contradigo tanto los criterios oficialistas como los de la oposición, pensando como he venido postulando desde siempre que el problema medular de nuestra educación está lejos de ser puramente cuantitativo y situado al interior del aula.
A manera de criterio shakesperiano las preguntas son: ¿Quién está educando a mi hijo(a), nieto(a)? Concluyendo con el dramaturgo inglés “Esa es la cuestión”. Y no otra, agregamos nosotros. Y sumamos al viejo poeta ruso don Elías, quien se anticipó en materia educacional al dejar planteada su famosa ecuación Quién es quien. Así es, al interior de nuestras fronteras tenemos un desorden magisterial como también al interior de nuestras aulas, que se inicia en la primera socialización parvularia mezclando demencialmente y de manera indiscriminada las tesis de Elkin, Johnson y Piaget, entre otros, sin establecer un modelo educacional lógico, real, prudente y, por ende, exitoso. Todavía más, con la educación se ha intentado cargar los dados para uno u otro lado, en especial de acuerdo con los intereses políticos de turno, incluso como una de las tantas “parcelas pagadoras”.
Justamente, los móviles políticos han hecho dar tumbos históricos a la educación chilena. ¡Dios nos libre de los autodenominados expertos en educación! Otee el horizonte actual y constate la crema que han dejado. Ni siquiera tomaron en cuenta el marco de referencia de un Nicolás Abbagnano, quien les ofreció doctrinariamente tanto desde donde poder elegir u optar por el más eficiente sistema educativo. Incluso aquello lo entendieron entre mal y peor, llegando al caos en que nos encontramos por estas horas anunciadoras de cambios gatopardistas. O, lo que es lo mismo que anotábamos al iniciar este artículo, “Cambia, para que nada cambie”
No podríamos finalizar esta columna en apoyo de una mejor educación pública chilena, sin remilgos, maquillajes y demagogias, dejando en el olvido al mejor entre los mejores de los profesores chilenos: el normalista. ¡Qué paradoja! Cuántos de aquellos involucrados de una u otra forma en su desaparición tienen la desfachatez de aparecer hoy como grandes reformadores. Too much -en inglés-, demasiado, en español.