La Región del Biobío fue por muchos años uno de los principales pilares del crecimiento económico del país. La producción de granos, los productos mineros y la industria pesada contribuyeron a que se convirtiera en un auspicioso polo de crecimiento. Sin embargo, a pesar de su gran importancia nacional, el rendimiento en las últimas décadas ha sido menos que deseable.
Desde 1960 hasta mediados de los ‘80, el Biobío representó alrededor de un 12 % del PIB nacional (Gráfico 1). Sin embargo, desde 1985 en adelante, comenzó a experimentar, desde la perspectiva del crecimiento, una ralentización económica que no se condice con lo que se observaba en gran parte del país (Gráfico 2).
Su ingreso relativo perdió importancia a nivel nacional, aún cuando se constituía como la segunda región más poblada de Chile. Mientras la actividad minera en el norte era pujante, en el sur nos quejábamos de los vaivenes que la actividad forestal y agrícola producían al bienestar de nuestra población.
Esta historia ha sido difícil de revertir, aun cuando contamos con universidades, científicos e investigadores que podrían ayudar a que Biobío saliera de este impase, y diversos gobiernos regionales han impulsado planes de desarrollo regional que han puesto el acento en la innovación.
Lo cierto es que cada punto de crecimiento cuenta y, por ello, las decisiones económicas debieran tomarse todavía con mucho más cuidado y basadas en mejor información. Pero esto es justamente lo que falta. La información de calidad y oportuna es un bien escaso que, en plena cuarta revolución industrial, no deberíamos extrañar. Es de vital importancia que se realicen estudios, se diseñen metodologías y se construyan indicadores que apoyen decisiones de inversión, de localización y de políticas públicas. Y, en este sentido, las universidades tienen un importante papel que jugar.