SocialPan | La panadería que alimenta el estómago y el corazón

/ 20 de Abril de 2021

Convencidos de que hoy las empresas deben aportar a la sociedad, el matrimonio compuesto por Marcela Martínez y Francisco Ríos abrió hace un año en Concepción, SocialPan, la primera panadería solidaria del país. Un negocio que busca acercar este preciado alimento, básico en la vida de miles de familias, ofreciéndolo a un precio diferenciado a quienes más lo necesitan, y motivando a sus clientes a donar kilos de pan para comedores y ollas comunes de la zona.

Por Cyntia Font de la Vall P.

A la cabeza de esta panadería están la periodista linarense, Marcela Martínez, y el ingeniero santiaguino, Francisco Ríos.

“Que a nadie le falte el pan” parece ser la premisa que impulsa el quehacer de SocialPan, definida por sus creadores como la primera panadería solidaria del país, y que permite al 50 % más vulnerable de la población llevar el pan a un precio diferenciado. Una idea que tiene un peso más que significativo en un país como Chile, donde este alimento es considerado parte de la canasta básica diaria, y que lidera el consumo per cápita a nivel mundial, tras Alemania.

A la cabeza de esta panadería, que en enero de 2020 abrió sus puertas en el centro de Concepción, en Los Carrera 726, están el ingeniero santiaguino Francisco Ríos y la periodista linarense Marcela Martínez, un inquieto matrimonio que a lo largo de su vida profesional no ha temido lanzarse a nuevos desafíos.

Marcela estuvo en medios por muchos años, luego emigró a las comunicaciones corporativas, fue docente universitaria y hasta trabajó en el Consejo para la Transparencia.

Francisco, por su parte, se desempeñó largo tiempo en el área de los combustibles, lo que lo llevó -junto a su familia- a vivir a Londres y, a su regreso, a liderar nuevas áreas dentro de su compañía. Luego, emigró al rubro forestal, gracias a lo que llegaron a Concepción.

Era 2015 y, si bien ambos estaban a gusto en sus trabajos, no podían alejar de su mente una idea que cada vez les parecía más necesario concretar: crear una empresa innovadora que, de alguna manera, aportara a la sociedad.

“El proyecto se fue gestando de a poco. Pensamos que debía ir por el lado del pan, porque a mí siempre me había interesado este rubro, y Marcela viene de una familia de tradición molinera de más de 90 años”, cuenta Francisco.

Pero entre el cuidado de su familia y el correr de sus trabajos, se convencieron de que no era el momento de desarrollar su modelo de negocios. “Pero no lo olvidamos, solo lo aplazamos”, afirman.

Paradójicamente, fue un par de años después, cuando ya estaban viviendo de nuevo en Linares, que comenzaron a darse las cosas para abrir la panadería en el centro penquista. Pasaron meses perfeccionando el modelo de negocios, trabajando a fondo la idea, viajando constantemente a Concepción a buscar el local más acorde con sus necesidades y afinando todos los detalles.

-¿Y por qué no echar a andar la panadería en Linares, si estaban viviendo ahí?

-“Habría implicado hacer todo desde cero, porque el proyecto lo pensamos para Concepción. Ya teníamos hechos los estudios de mercado, los desarrollos… Ya conocíamos la ciudad, y ahí existían los diversos públicos que necesitábamos para probar la iniciativa. Con lo único que no contábamos era con que, a un par de meses de abrir, viniera la pandemia y nos limitara los viajes a Concepción”, se queja Marcela.

“Pasaban a comprar pan antes de ir a la marcha”

Para el último trimestre de 2019 ya tenían armada la sociedad, contratado el equipo de trabajo y estaban a punto de comenzar el proyecto con un local arrendado en calle Los Carrera, además de una fábrica en Hualpén, escogida estratégicamente como centro logístico para repartir a todas las comunas… y vino el estallido social.

“Vimos con un poco de susto que las marchas pasaban justo por fuera del local. Pensábamos: ‘si abrimos, nos van a romper todo, o quizás qué pueda pasar’. Pero al final decidimos abrir igual, porque sentimos que era el momento preciso para hacerlo. De alguna manera, lo que estaba pasando en el país era el marco perfecto para nuestra iniciativa, porque nuestro modelo de negocios buscaba aportar”, comenta Francisco.

Comenzaron tímidamente, “bien bajo perfil” -como dicen- a fines de 2019, y en enero de 2020, “partieron con todo”, confiando en que la gente iba a entender su propuesta y a recibirla bien.

“Las marchas partían justo afuera de la panadería. Los locales de los lados cerraban, y nosotros nos manteníamos abiertos. Sentíamos que no debíamos tener miedo, porque éramos una empresa que entregaba algo. Entonces, si nos destruían, era que no habían entendido nada”, sostiene Francisco.

Marcela agrega que fue satisfactorio comprobar que la panadería no sufrió ningún destrozo, ni siquiera rayados. “De hecho, las personas pasaban a comprar pan antes de ir a la marcha”, recuerda. El que la gente cuidara la panadería les hizo pensar que el mensaje estaba llegando, que los reconocían como una empresa que aportaba, y que dañarlos era afectar a quienes se beneficiaban de su modelo de negocios.

Precio normal y precio solidario

-¿Cómo funciona SocialPan?

-“Vendemos varios tipos de pan, cuyo precio ‘normal’ está entre los 1.200 y los 1.500 pesos el kilo. Pero si te inscribes, llevando tu carnet y tu Ficha Social, que muestra que estás dentro del 50 por ciento más vulnerable de la población, de ahí en adelante puedes comprar el kilo de pan a 700 pesos. O a 900, si es de completo o hamburguesa”, responde Marcela.

-¿Y hay límite en los kilos de pan, o las veces que se puede comprar a este precio diferenciado?

-“No. Quienes están inscritos, pueden comprar la cantidad que quieran, y todas las veces que necesiten. Solo deben mostrar su carnet y se les respeta el precio solidario”, añade Francisco.

-Pero, ¿cómo logran financiar ese precio solidario?

-“El modelo se sostiene gracias a quienes compran pan a precio normal. Dicho de otro modo: mientras más gente compra nuestro pan, mayor es nuestro volumen de producción; eso hace que los costos disminuyan, y esa diferencia podemos traspasarla al precio solidario”, explican.

Añaden que los que pagan el precio normal, así como los ya más de 500 inscritos que se benefician del precio solidario, reciben el mismo pan, que está hecho en horno chileno y que es “fresco, crujiente, esponjoso y muy, muy sabroso. Queremos ir avanzando hacia panes más saludables, hechos con masas madres y levaduras naturales, pero hoy nuestro pan es de primera categoría”, afirma Francisco.

A poco más de un año de su apertura, SocialPan ya cuenta con un público fiel, que los visita varias veces a la semana, a sabiendas de que no solo podrá disfrutar de excelentes productos de panadería a un precio justo, sino que -además- esa compra tendrá un sentido: ayudar a que otros también puedan acceder a este alimento.

“Pienso que hoy las personas quieren hacer un consumo más responsable e intencionado, aportar a otros, y no solo comprar por comprar. Nosotros vemos el resultado de ese aporte. Por ejemplo, al principio, vimos a personas que se emocionaban tanto por poder comprar el pan casi a la mitad de lo habitual que se ponían a llorar. Creo que, sobre todo en estos tiempos, cualquier iniciativa que alivie el presupuesto es bienvenida. Y si por el mismo dinero, en vez de uno, puedes llevar dos kilos de pan para tu familia, sin trámites engorrosos ni nada, eso te emociona”, dice Marcela.

“Un kilo para quien lo necesite”

Marcela y Francisco están orgullosos de haber podido mantener su emprendimiento funcionando a pesar del difícil periodo que, al igual que a otros cientos de empresas y emprendedores, les ha tocado vivir tras el estallido social y la pandemia.

A mitad de año debieron reorganizar su equipo de trabajo, que hoy solo se compone de cuatro personas, además de ellos: dos maestros panaderos, un repartidor y quien atiende el local. También debieron postergar sus planes de crecimiento y su sueño de abrir una pastelería, y hacer uso del subsidio al empleo, entregado por el gobierno.

“A un año de funcionamiento, aún no podemos hacer un balance porque, sobre todo con los vaivenes de los periodos de cuarentena y no cuarentena, todo ha sido súper variable”, reconoce Marcela.

-Pero, hasta aquí, ¿el negocio se autofinancia?

-“No del todo. Los periodos de cuarentena nos bajan las ventas en un 70 por ciento. Ahí se nos pone pesada la cancha. De hecho, esos días los únicos que siguen yendo al local son quienes se benefician del precio solidario, porque necesitan el pan a ese precio. Y por ellos nos mantenemos abiertos”, dice Francisco.

Sin embargo, a pesar de las malas rachas, durante 2020 su modelo de negocios se hizo conocido, y se arraigó tan a fondo en las personas que, espontáneamente, evolucionó, surgiendo una nueva arista: la Panera Solidaria.

“Un día, vino un señor y nos dijo: ‘quiero dejar pagado un kilo de pan para quien lo necesite’. Y eso nos impactó porque implicaba que la gente había entendido la idea, y que confiaba en nuestro proyecto, y en nosotros”, dice la pareja.

“Fue súper potente que esa donación se diera de forma espontánea, porque fue la constatación de que el modelo estaba vivo y había pasado a un nivel superior. Ya no era solo comprar, ahora también se podía aportar, y todo en un mismo lugar: nuestra panadería. Y lo increíble fue que el público lo descubrió antes, porque se había involucrado con esta propuesta”, dice con orgullo Francisco.

Marcela comenta que siempre le gustó la idea del “Café Pendiente”, pero que no había encontrado cómo implementarla en la panadería. “Y cuando vino este caballero y dejó pagado ese kilo de pan, me dije: ‘Ya está. Esto es’. Y así nació la Panera Solidaria”.

La Panera Solidaria constituye la segunda forma de ayudar que ofrece SocialPan. Se puede donar -directo en la panadería o vía transferencia electrónica- desde $700, para financiar kilos de pan para quienes lo necesiten. “Al principio, usábamos el dinero para entregar uno o dos kilos de pan a las personas que pasaban preguntando, pero, luego, con el tema de las cuarentenas, decidimos repartirlo a comedores y ollas comunes del Gran Concepción”, detalla Marcela.

Así, cuando juntan el equivalente a 12 o 15 kilos de pan, que es lo que han calculado que necesitan estas instancias comunitarias, coordinan con ellas para llevárselos.

El matrimonio destaca que también las empresas pueden aportar a esta iniciativa, y que lo mejor es que pueden hacerlo beneficiándose de la Ley 21.207, que les permite apoyar a las pymes, rebajando impuestos por estas donaciones. “Hasta ahora, solo una empresa nos ha aportado, y se lo agradecemos porque es una empresa de Concepción”.

Al mal tiempo, más solidaridad

Como una forma de subir las ventas en los periodos malos, abrieron un canal web (socialpan.cl) para que la gente pudiera hacer sus pedidos y recibirlos en la comodidad de su casa. “Ofrecemos una suscripción que te permite recibir pan por seis días, entre lunes y sábado. Pueden ser días seguidos u organizarlos como quieras. Incluso, puedes pausar la entrega si vas a salir de la ciudad, por ejemplo”.

-Si hay momentos en que el negocio no es rentable, ¿significa que deben financiarlo con sus otros trabajos?

-“Durante las cuarentenas, sí. En todo caso, este modelo lo hicimos para que fuera ‘ligero’. Por eso, conseguimos una fábrica que ya tenía implementación y hornos instalados, por ejemplo. Solo invertimos en maquinaria para ser más productivos, o sea, para que el panadero hiciera más unidades que lo normal, de modo de poder bajar los costos del pan. Y todo lo hemos hecho así, de manera bien responsable y sustentable. Por eso, a pesar de que creemos que nos iría bien, no hemos concretado nuestros proyectos de abrir nuevos locales o una pastelería, o llevar más mercadería al local. Vamos despacito, sobre seguro, porque tenemos responsabilidades con nuestro equipo de trabajo, con nuestros arrendadores y con nuestros clientes del precio solidario, que creemos que serían los principales perjudicados si cerráramos, porque necesitan poder acceder a su pancito a un precio menor”, dicen.

El matrimonio volvió con sus hijos hace un par de años a Linares por un tema familiar, y se encuentra trabajando en el molino de la familia de Marcela. Sin embargo, dicen estar enamorados del proyecto que iniciaron en Concepción y, por eso, gran parte de su tiempo está dedicado a sacarlo adelante.

“Confiamos en este proyecto, sabemos que es bueno; por eso, no podemos dejarlo trunco. Tenemos que lograr sobrellevar este periodo difícil, cubrir costos y crecer. Estamos soñando en grande y, para lo que queremos lograr, necesitamos más locales ubicados en sectores estratégicos, que permitan llegar al público que aporta y al que recibe el aporte, porque estar en más sectores es la única forma de ayudar a más gente”, sentencia Marcela.

Francisco agrega que los negocios solidarios que hoy existen se mantienen porque tienen un aporte estatal o porque alguien los apoya. “Nosotros, en cambio, hemos tratado de generar un modelo que se autofinancie, porque solo así vamos a poder seguir aportando. No es la idea ser un negocio solidario porque me financian o porque me sobra plata, sino porque es parte de mi modelo”.

Añaden que con cada comentario positivo que reciben en redes sociales, o las muestras de solidaridad de las que son testigos a diario, se motivan más con este proyecto. “Nos dimos cuenta de que estamos en una mala ubicación en tiempo de cuarentena, porque la gente no va al centro, sino que privilegia comprar en sus barrios. Sin embargo, son periodos en que nos sorprende la solidaridad de las personas. Desde distintas partes del país nos llegan donaciones, en esos periodos más que en otros, y eso emociona. No son montos grandes, pero todo se va sumando para poder entregar pan a quienes lo necesitan”.

Dicen que con eso se cumple el objetivo de su panadería, que no crearon para hacerse ricos, sino para aportar. “También para demostrar a otras empresas que sí se puede incorporar el elemento social en el modelo de negocios, y ojalá motivarlos a hacerlo”, enfatiza Marcela.

“Sentimos que SocialPan no es solo un lugar de intercambio comercial, es una declaración de intenciones, de decir ‘así queremos vivir’. Es un negocio que entrega un producto que alimenta la panza, pero también el corazón (…) Lo pensamos también como una forma de agradecer y, de alguna manera, de retribuir lo que hemos recibido. Y, ¿cómo lo hacemos? Ayudando a que llegue a más familias, sociabilizando el pan. De ahí su nombre: SocialPan”, dicen.

 

 

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