SOY AFORTUNADA, MIS HIJOS VAN AL COLEGIO EN UN LUGAR SIN COVID

/ 19 de Octubre de 2020

A comienzos de 2017, la periodista Gissela Albornoz Lagos llegó a radicarse a Rapa Nui junto a su familia. Ella es de Talcahuano, estudió primero Relaciones Públicas y luego Periodismo en Concepción, y vivió gran parte de su vida en Biobío. Sus hijos fueron uno de los primeros escolares en retomar las clases presenciales, luego de que la isla lograra estar tres meses sin casos positivos de coronavirus. Hoy los colegios siguen funcionando con horarios diferenciados, estrictos protocolos sanitarios, pero sobre todo, con una tremenda conciencia de parte de toda la comunidad sobre la necesidad del autocuidado.

El 1 de julio de 2020, luego de tres meses sin tener casos nuevos de coronavirus, Isla de Pascua se convirtió en la primera comuna del país en retomar las clases presenciales. La medida consideró a los cuatro colegios que existen en Rapa Nui.

Los hijos de la periodista Gissela Albornoz, Martín (16) y Josefa (14), fueron parte de esos primeros escolares en retornar a las aulas en plena pandemia.

Desde 2017, año en que llegaron a la isla por el trabajo de su marido, sus niños estudian en el Liceo Aldea Educativa, de dependencia municipal, y donde la enseñanza de la lengua Rapa Nui es tan importante como la historia, el lenguaje o las matemáticas. El establecimiento fue construido en el lugar donde antes funcionó el leprosario, en 16 hectáreas de terreno, con mucho verde, y donde los estudiantes también reciben formación de educadores que les enseñan a trabajar en madera o a tejer collares y artículos decorativos.

El regreso se implementó en forma gradual y parcelada. Todavía los estudiantes asisten a clases solo algunos días a la semana y en una jornada más reducida que la habitual.

“Los niños y sus profesores siguen un estricto protocolo sanitario, pues aunque la isla hoy está libre de coronavirus, acá igualmente nos cuidamos”, cuenta Gissela.

El 16 de marzo, Isla de Pascua cerró sus fronteras, como una forma de resguardar a sus habitantes. Sin tener casos positivos en ese entonces, se prohibió la llegada de vuelos comerciales y el ingreso tanto de residentes como de turistas.

Gissela y su familia habían regresado la semana anterior de sus vacaciones en Tahití. “Fue una suerte”, dice, porque otros residentes de Rapa Nui que no pudieron retornar desde la Polinesia Francesa antes del 16 de marzo, tuvieron que esperar seis meses para volver a su hogar. Lo hicieron recién la primera semana de octubre, en un vuelo especial coordinado por el gobierno francés que, a su vez, permitió que ciudadanos de ese país aprovecharan el operativo, pues tampoco habían podido dejar la isla.

“Acá nadie se relaja”

El último Informe Epidemiológico (del 14 de octubre) elaborado por el Ministerio de Salud consigna que en Isla de Pascua no hay casos nuevos ni activos de Covid 19, y que en todo lo que va de la pandemia, se han registrado solo nueve positivos por coronavirus. Los últimos fueron en septiembre último, cuando cuatro de las 262 personas que el 2 de ese mes habían podido regresar desde el continente -en otro vuelo especial para esos fines- arrojaron resultados positivos para Covid-19.

La comunidad escolar organizó una ceremonia para dar la bienvenida a las clases presenciales, el 1 de julio, siguiendo un protocolo sanitario.

Todos los pasajeros de ese vuelo y sus contactos estrechos tuvieron que hacer una cuarentena de 14 días.

La operación para permitir ese ingreso también consideró suspender las clases, incluso días antes de la llegada del avión. Aunque no hubo medidas de confinamiento para la población, el hecho de que los niños no asistieran al colegio fue una forma de prevenir contagios tras el vuelo de retorno. La presencialidad se retomó recién el 29 de septiembre, cuando hubo seguridad de que no había nuevos casos.

La situación de aislamiento y el hecho de que su hospital no tiene capacidad para afrontar un brote masivo de coronavirus hizo que tempranamente los habitantes de Rapa Nui tomaran conciencia de la importancia del autocuidado.

En una entrevista con Emol, a fines de junio pasado, el alcalde de Rapa Nui, Pedro Edmunds, señalaba que en el control de la pandemia había influido sin duda el oportuno cierre de las fronteras de la isla, pero también, la idea de invocar un concepto ancestral, el Tapu, una especie de orden sagrada que conminó a los vecinos a quedarse en sus casas y a obedecer todas las reglas que emanaban desde la autoridad sanitaria. La invocación del Tapu se extendió desde fines de marzo hasta fines de mayo. Desde ahí en adelante, sin embargo, “los cuidados de la gente siguen manteniéndose”, relata Gissela.

Gissela llegó hace tres años a Rapa Nui. Vive en el sector urbano de la isla, “a cinco minutos de todo”, dice.

Es que el respeto hacia el ser humano que es parte de su cultura ancestral toma sentido hoy más que nunca. “Acá la gente en general es bastante respetuosa, y creo que de ahí viene su apego al cumplimiento de las normas sanitarias. Usan mascarilla, se preocupan de mantener el distanciamiento físico e incluso en los negocios el aforo también está limitado. Hacen todo esto, aunque saben que en la isla no hay coronavirus. Hay conciencia y compromiso, porque se entiende que la conducta de cada uno repercute en la comunidad. Acá nadie se relaja”, añade.

Retorno gradual y voluntario

El regreso a clases presenciales en Isla de Pascua, el 1 de julio, puso fin a casi tres meses y medio de educación a distancia. Ese, explica Gissela, es el concepto que mejor describe el formato en que los escolares de Rapa Nui se mantuvieron conectados con sus profesores en todo ese periodo.

“Los niños llevaban dos semanas de colegio cuando se suspendió todo. Como en la isla la conectividad a Internet es muy mala, no hubo clases virtuales, sino que todo el contenido se pasaba a través de guías que nosotros teníamos que ir a buscar al colegio”, recuerda.

El retorno fue voluntario y gradual. Los primeros en volver fueron los cuartos medios. Sus hijos, que cursan octavo y primero medio, lo hicieron a mediados de julio. Actualmente van a clases dos días a la semana. Martín, los lunes y martes, y Josefa, los miércoles y jueves, en una jornada que parte a las 8 de la mañana y finaliza a las 13.15 horas. La jornada normal se extendía hasta las 15.20 para los estudiantes de enseñanza básica y hasta las 16,30, para los de educación media.

Las materias básicas que hoy se imparten son matemáticas, lenguaje, historia, inglés, Rapa Nui y ciencias.

El primer semestre se cerró el 17 de agosto y el segundo, que comenzó a fines de septiembre, se extendería hasta el 11 de diciembre. Una particularidad de este último periodo es que el colegio solo evaluará el proceso de los alumnos a través del trabajo que realizan en clases. No habría pruebas o exámenes y, en caso de haberlas, el profesor debe avisar de este cambio con anticipación.

El protocolo diario

Para asegurar la distancia social de al menos un metro en las aulas, los cursos numerosos del Liceo Aldea Educativa se dividieron en dos. “Mis hijos están en una sala más o menos con 15 compañeros. Todos usan mascarilla, en todo momento. Profesores y alumnos”.

El ingreso en la mañana también tiene su propio protocolo. Hay profesores y asistentes en los diferentes accesos del establecimiento que están encargados de tomar la temperatura de los estudiantes. Luego, cada alumno se va a su sala, pero no entran, sino que se forman fuera de ella. Ahí, uno a uno se higienizan sus manos con el alcohol gel que está contenido en un dispensador ubicado fuera del aula.

Otra decisión que se tomó fue suspender la entrega de almuerzo. A cambio, mensualmente cada estudiante por el hecho de estar matriculado en ese establecimiento recibe una caja de alimentos.

Las salas se ventilan varias veces en la jornada y el colegio se sanitiza a diario. “Es un protocolo estricto, que se respeta y se cumple. Sabemos que no siempre es posible que los chicos mantengan la distancia en los recreos, por ejemplo, porque se les olvida. Sin embargo, todos son muy conscientes de la importancia de cuidarse, aunque estemos en esta especie de paraíso libre de Covid”.

Josefa, la hija menor de Gissela, pasará a primero medio. Ya está confirmado que tendrá su licenciatura de octavo a fin de año. No será masiva, como las de generaciones anteriores. Cada curso tendrá su propia ceremonia. Un hito distinto, privado, pero igualmente significativo y con respeto hacia este virus, como han enfrentado la pandemia en Rapa Nui.

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