Trastornos de la Conducta Alimentaria, una grave epidemia

/ 3 de Noviembre de 2023

Dr. Vicente Aliste Araneda.
Psiquiatra.
Jefe Unidad Salud Mental y Psiquiatría, Hospital Las Higueras.

Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son enfermedades de salud mental que tienen relación con la alteración en los patrones de alimentación (ingesta, procesamiento, absorción, eliminación), así como en la autopercepción de la imagen corporal, y que provocan graves consecuencias en la salud física, síquica y emocional de quienes las padecen.

Para comprender mejor esta enfermedad, partiremos diciendo que nuestros cuerpos requieren incorporar energía (alimentos) para mantenernos vivos y realizar la multiplicidad de funciones que nos caracterizan como especie. Este suministro de energía debe ser continuo. De ahí que comamos en un patrón de tiempo repetido, que pasa a configurar nuestra rutina alimentaria, la que también se rige por variables sociales y culturales, y por nuestros gustos personales.

Por otro lado, sabemos que la sociedad actual define parámetros de belleza que, entre otras cosas, se relacionan con un peso y talla determinados, los que son asociados a un estado de éxito o satisfacción personal. En muchos casos es justamente ese imaginario social el causante de malas conductas alimentarias, que trastocan la finalidad de obtener energía: ya no se come para “funcionar” bien, sino para alcanzar una imagen perfecta que, por supuesto, no existe.

De esto concluimos que los Trastornos de la Conducta Alimentaria son -entre otros- aquellos patrones que evitan o restringen la ingesta de alimentos (anorexia), que buscan eliminar o purgar lo ingerido (bulimia), y las situaciones de descontrol de la ingesta alimentaria (atracones), todos surgidos con la finalidad de adecuarse a ciertos estereotipos de belleza.

Este exitismo asociado a la imagen ha provocado que hoy los trastornos alimentarios se hayan convertido en una silenciosa, aunque grave epidemia. Así lo muestra un estudio de la Universidad Católica, publicado en 2022, que afirma que cerca de un 6% de niños y adolescentes sufre de trastornos alimentarios, y que un 55% de mujeres y un 30% de hombres estudiantes de enseñanza media reportan alteraciones de la conducta alimentaria. Un 75% de las consultas es entre los 10 y 25 años. Mayormente, entre los 10 a 17 años (40%).

Además de su alta prevalencia, la gravedad de esta enfermedad también está dada por la demora en consultar, su alta mortalidad (casi 6 personas de cada 1.000 que la padecen, mueren), así como por el daño en múltiples órganos y deterioro de funciones vitales que genera. Así, hay impacto óseo (pérdida temprana de piezas dentales, osteoporosis precoz, fracturas patológicas) y en los sistemas sanguíneo, inmunológico, renal, gastrointestinal, cardiovascular. También genera daños en el sistema nervioso central (disminución de capacidades mentales y mayor riesgo de deterioro cognitivo a largo plazo), y en los sistemas endocrino y genital (en mujeres, infertilidad y alteraciones del período menstrual).

Por estas razones, es imperativo detectar esta enfermedad lo más precozmente posible, poniendo atención a algunos factores de riesgo en niños y adolescentes, tales como la baja autoestima, la exposición a situaciones de bullying, y de maltrato o violencia intrafamiliar, a si son parte de un grupo de pertenencia muy crítico o que impone patrones de delgadez. También si están inmersos en ambientes familiares perfeccionistas, con ejemplos de padres exitosos y centrados en la imagen; colegios y universidades con altos niveles de exigencia académica, o lugares de trabajo donde se enaltece una cierta imagen corporal o se afecta la autoestima de los empleados.

Asimismo, se debe estar atento a cambios en la conducta, el brusco paso de la alimentación habitual a regímenes altamente restrictivos, conversaciones reiterativas sobre temas de peso y dietas, cambios en los perfiles de redes sociales o pasar a integrar grupos relacionados con el tema alimenticio y, por supuesto, fluctuaciones del peso corporal y de las tallas habituales de ropa.

Ante estas señales, debemos actuar y solicitar ayuda. La persona debe ser derivada para ser evaluada y tratada por equipos multidisciplinarios especializados de salud mental, del ámbito nutricional y de otras especialidades médicas, buscando entregar un tratamiento integral, que asegure el mejor resultado posible.

Recordemos que siempre debemos validar un estilo de vida saludable. Pero éste debe ser inclusivo y de aceptación del propio cuerpo. Por supuesto, también debemos fomentar la práctica de actividad física y una alimentación sana y ordenada, pero con un sentido de salud integral, y no sólo de estética e imagen.

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