Tres veces de pie

/ 28 de Abril de 2010

terremotoViejo-1“Lo que no me mata me hace más fuerte”. Qué mejor que la frase de Nietzsche para resumir la historia de personajes que vivieron la crudeza de un terremoto en la infancia y la revivieron de jóvenes y adultos. Sintieron miedo y también asombro, constatando que la sociedad avanza y es capaz de resistir estos eventos de forma distinta. En la situación límite aparece lo peor y lo mejor de las personas y de eso rescatamos el impulso de seguir y levantarse una y otra vez.
Fernando Saenger, Leontina Torres y Werner Loosli tienen un punto en común que los hace especialmente interesantes en estos tiempos. Si al leer este artículo menciono “27 de febrero”, seguramente vendrá a su memoria el horror de esos 3 minutos y 33 segundos, pasadas las tres y media de la madrugada del catastrófico sábado. Pero en Fernando, Leontina y Werner la historia es más antigua y los recuerdos muy potentes. Son sobrevivientes de tres terremotos. Los grandes. Ésos que obligaron a Concepción y Chillán a nacer de nuevo desde los escombros.
No hay mal que dure cien años, pero la naturaleza nos recuerda, de tanto en tanto, que lo bueno tampoco es para siempre. El hilo conductor en los testimonios de estos tres personajes es que lograron reponerse de los cataclismos y que cada uno, con fuerzas distintas, ha visualizado los cambios sociales desde el núcleo más personal y afectivo, hasta del alma nacional. Esa que nos muestra quiénes somos en los momentos difíciles, vulnerables y menos felices.

24 de enero 1939, 11:33 PM

Mencionarle a Fernando Saenger Gianoni la palabra terremoto es invocar el nombre de su hermano Jorge. Tenía 11 años y falleció trágicamente en el sismo de 1939. Una viga le cayó encima: lo asfixió. Creció con la cicatriz de esa muerte y no fue fácil, porque de ahí en adelante su familia cambió para siempre.
“Estaban todos en nuestra casa entre Angol y Salas. Jorge se hallaba donde unos tíos en Tumbes. Yo me salvé porque una hermana me sacó, ya que estaba durmiendo en un coche de esos antiguos y las paredes se desplomaron. Emma entró y me llevó a la calle rápidamente y luego se vinieron los ladrillos encima. La casa se tumbó y fue muy duro para todos, porque Concepción quedó en la ruina. Con mis papás nos fuimos al campo, porque afortunadamente allí teníamos alimento en las bodegas y nos aseguraba un poco más de tranquilidad”, señala Saenger, quien en ese entonces apenas tenía ocho meses de vida.
Emma recuerda detalles más contundentes, como que sus padres, Carlos y María, quedaron en estado de shock y que por eso fue ella quien sacó las fuerzas para buscar a su hermano pequeño entre los escombros. “Prácticamente no sentí el terremoto… Estaba durmiendo, pero cuando vi la casa que se vino abajo, me acordé de la guagua y la saqué. Lo peor se nos vino después, cuando supimos lo que había ocurrido con Jorge”, recuerda.
Fernando precisa que la marca del sismo del 24 de enero de 1939, con epicentro en Chillán, fue tremenda y que la recuperación emocional y a nivel de sociedad fue lenta. “Hay una parte histórica que es ajena a mí. La gente que murió en Chillán y todos los alrededores sumaron 10 mil personas. Cuando yo tuve uso de razón, a eso de los 5 años, aún se vivía en torno al terremoto”, agrega. A esas alturas, el orbe sufría los estragos de la Segunda Guerra Mundial, y eso también bloqueaba la recuperación.
Werner Loosli, hoy de 84 años, cree que ese aislamiento reforzó la idea de consolidar Chile como nación, al menos, desde lo económico. El terremoto mentalizó a los chilenos a sacar fuerzas para reconstruirse y así vivieron los afectados por ese cataclismo su proceso de resiliencia comunitaria. Fue el comienzo de un país más moderno, más experto y más maduro.
Con una cámara en el pecho y no mucha película para registrar, Werner, con 13 años, se dedicó a recorrer las calles de Concepción después del cataclismo del 39. Las fotos muestran a la capital regional en el suelo y los rostros que se funden desesperados con la devastación.
“Era otra ciudad”, recalca, mientras muestra una de las clásicas imágenes de la antigua catedral penquista cayendo tras su demolición.
“Yo no estaba en Concepción. Me encontraba en el campo y lo que más recuerdo era lo escaso de las informaciones. Los medios de comunicación ahora le dan cierta tranquilidad a uno, pero en ese tiempo no podíamos saber la magnitud de la tragedia. Eso nos ponía más intranquilos”, comenta Loosli.
Fernando Saenger revive las historias que creció escuchando: “Me contaban que había que sacar el agua de las cascadas, que hubo muchas ollas comunes y que a los regimientos se encargaban de hacer comida en las plazas. La gente iba con sus ollas a buscar el alimento a los lugares públicos. También hubo saqueos, pero hubo ejecuciones sumarias de inmediato. El Ejército y las policías tuvieron que actuar para evitar que se agudizara el caos”.

El estigma

Los Saenger Gianoni consiguieron unas tablas, clavos y alguien que sabía de carpintería para elaborar una urna. Fue traumático poner allí al pequeño Jorge, pero era lo más digno en las condiciones que estaba todo. Hubo escasez de urnas, de carrozas y ni siquiera había una calle despejada para el cortejo al camposanto. “Cada vez que mi madre iba al cementerio me contaba todas estas historias. En la década del 40 Concepción vivió con el estigma del terremoto y bajo una presión psicológica terrible, pues no hubo familia que no perdió alguien. Fue un duelo generalizado”, lamenta Saenger.
Lo mismo recalca Leontina Torres. El escenario en Chillán fue devastador.
Tenía 8 años y estaba en esa ciudad en su casa de dos pisos levantada un par años antes. Vino el temblor. Por instinto se cobijó en el umbral de una puerta interior entre una sala y el pasillo. Se acurrucó e imploró para que todo terminara rápido. Los muros cedieron y una viga la alcanzó. Quedó atrapada e inmóvil. Horas más tarde, cuando ya había algo de silencio, se atrevió a gritar para pedir ayuda. Diez horas después la hallaron bajo los escombros con una de sus piernas inmovilizadas. “Dos jóvenes me encontraron, pero cuando intentaron sacarme le dijeron a mi mamá que era imposible por la pierna. Entonces mi mamá les exigió que me salvaran como fuera, incluso, sin pierna. Luego recapacitó y pidió a la Virgen de Lourdes por mi vida. Recuerdo ese sol tan intenso del día después. Estaba atrapada y mi mamá cortó un trozo de tela, la puso en cuatro palitos y me protegió del calor”, explicó.
Leontina pudo salir con vida y con ambas piernas. Pero recuerda Chillán en llamas, las imágenes de los cadáveres en las calles, el miedo y los comentarios de muerte por doquier.
Nada comparable a la situación vivida en el 60 y 2010. Leontina Torres revela que con los años su “cuero se ha vuelto duro” para soportar el dolor de estos eventos de la naturaleza y que por mucho que éstos hayan sido terribles, como el último que arrastró su barrio en Dichato, donde tenía su casa de verano, ya no siente temor.
Para Fernando, Emma, Leontina y Werner la cosa está clara. Pasan los años y las ciudades se han vuelto más fuertes para soportar los embates de un terremoto. Resisten mejor las casas, las calles y estructuras. El único cabo suelto es la reacción de la gente.

Concepción 1960

Se cayó el puente. San Pedro quedó desconectado, desaparecieron los servicios de electricidad y agua. No había dónde comprar y el casco antiguo de la ciudad se desmoronó ¿Le suena conocido?
El terremoto de 1960 con epicentro en Concepción sacó los fantasmas de dos décadas antes. Fue a las 6:02 de la mañana y la ciudad se despertó abruptamente con el 7 grados Richter.
A pesar del miedo, nuestros protagonistas coinciden en que no fue tan terrible como el anterior. Concepción estaba en cierta forma “blindado” por construcciones de mejor calidad que habían sido subsidiadas con aportes gubernamentales tras el anterior cataclismo. Sin desconocer el deterioro que quedó en la ciudad, los muertos tampoco llegaron a los niveles del pasado. Lo que sí hubo fue mucho caos producto de la incertidumbre. “Fue un retroceso, la ciudad volvió a caer y lo primero fue pensar en solucionar los parches. Estábamos en una época fría, así es que había que pensar también en cómo enfrentar el invierno que se venía”, aclaró Fernando Saenger.
“Sin embargo, yo noté que había algo muy positivo en las personas. Había ganas de volver a trabajar, teníamos una noción de que había que ayudar a levantar las cosas, a detectar cómo se podía hacer para volver a funcionar más rápido. Eso es muy importante para salir rápido de la tragedia”, recalca Loosli.

Una vez más

El 27 de febrero último puso a prueba los años y la experiencia de Fernando, Leontina y Werner. Coinciden que el temor está presente sólo en la dosis necesaria, en la reacción propia del momento. Pero que de ahí sale el empuje para volver a empezar una y otra vez.
En esta ocasión estaban todas las condiciones para poder sortear mejor la tragedia, comenzando por el abastecimiento, pero lamentablemente “mostramos la hilacha” con los saqueos, se generó pánico y se perdió el control.
“Un terremoto hizo que mi madre muriera con una flecha en el corazón”, recalca Saenger, evocando a su hermano. “Un terremoto hizo que yo viera luchar a la gente”, dice Loosli. “Un terremoto me enseñó a creer en los milagros”, explica Leontina.
Mientras más compleja es la sociedad, más dependemos de ella. El asunto es entender que siempre hay cosas simples para solucionar o suplir lo que hoy nos resulta indispensable. Estar cerca de la muerte, sobre todo en una catástrofe hace visualizar la vida distinta. Por eso los protagonistas de estas líneas creen que lo esencial para asumir una calamidad tan transversal como un terremoto se encuentra en la capacidad de seguir respetando las normas sociales,  aún en los momentos adversos.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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