El mundo entró en una suerte de pánico colectivo por el triunfo de Donald Trump, quien será investido como el cuadragésimo quinto Presidente de Estados Unidos.
Tras una virulenta campaña con Hillary Clinton, en que el magnate exhibió su lado más oscuro, al ser proclamado vencedor, el temerario, confrontacional, sexista, racista y vociferante candidato mostró un rostro y un tono irreconocibles.
El lobo que no sólo denigró a las mujeres, sino a los inmigrantes; el que prometió levantar un muro, desmantelar el establishment y bombardear Siria, Libia e Irak, apareció frente a sus seguidores como un manso y blanco cordero. Se presentó como un futuro Presidente inclusivo que gobernaría para todos los estadounidenses, reconstruiría la nación para renovar el sueño americano, mejoraría el estándar de vida de la población y desarrollaría un ambicioso plan de infraestructura con inversiones cercanas al billón de dólares.
Lo alarmante es que Trump es impredecible y actúa en forma visceral. Por eso el mundo se pregunta qué pasará con los tratados de libre comercio con América Latina, con la OTAN, con China, con el TPP o con el acercamiento que Obama logró con Cuba.
Amado y odiado, lo cierto es que Trump abre un escenario de división interna e incertidumbre internacional. Politólogos opinan que su personalidad se basa en la egolatría. En la contienda se consolidó como el caudillo extremo, donde el líder lo es todo. Con gran manejo de masas, lenguaje populista, xenófobo y proteccionista, le dijo a sus partidarios y a los indecisos lo que querían oír. Que haría a Estados Unidos grande de nuevo. Un país amurallado, dominado por los sectores más duros de los republicanos que defienden la libertad de comprar y poseer armas.
Miles se preguntan todavía cómo llegó al poder un hombre controversial que vino desde fuera del sistema, desafiando todas las leyes y estrategias convencionales de una campaña política.
Sin duda, “el fenómeno Trump” hará historia. ¿Qué tipo de historia? Pregunta que aún no tiene respuesta.