A simple vista, nada nuevo hay bajo el sol en la más reciente entrega del Índice de Percepción Empresarial Regional (IPER), que realizan en conjunto la firma EY, la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Andrés Bello y la Cámara de la Producción y del Comercio de Concepción.
La décima versión del instrumento, correspondiente a julio, no experimentó variaciones significativas respecto a la de diciembre y a la del mismo periodo en 2015. Por tercera vez, el indicador se mantuvo en 50 puntos, el nivel que separa optimismo de pesimismo. Los ejecutivos encuestados siguen esperando un escenario de bajo crecimiento -de entre 1 y 2 %- y con un alto nivel de incertidumbre.
Las proyecciones del empresariado de la Región no son positivas. En seis meses, los empresarios que estiman que sus ventas disminuirán aumentaron 13 puntos, alcanzando un 27 %. Además, esperan una disminución en sus utilidades. Casi la mitad de las empresas consultadas cree que éstas se reducirán durante este año, probablemente ante un aumento percibido en los costos.
Todo esto impacta en sus planes de inversión que se concentrarán en mantener o mejorar las condiciones normales de funcionamiento de sus operaciones, más que en crecer.
Por qué seguimos estancados. Nuestra economía marcha al ralentí y los referentes productivos de la zona así lo ven y sienten. Ciertamente se valora que haya inversionistas dispuestos a mantener el acelerador en proyectos de generación eléctrica o de ampliación de plantas forestales. Pero no nos engañemos, son excepciones a la regla, porque los tiempos no son amigables para emprender o apostar a crecer.
Las reformas laboral y tributaria, aún en discusión y con ajustes respectivamente, no están dando las necesarias certezas para una toma de decisiones en favor de la inversión. Y el debate sobre una nueva Constitución se suma a este ánimo reformista que alimenta el desaliento empresarial y llama al compás de espera.
El sector privado está preocupado, retrotraído, expectante. El problema es que mientras tanto el mundo sigue girando y las inversiones detenidas, dando ventaja a otras en tierras más fértiles. La Región no puede seguir esperando, porque sin condiciones favorables para invertir no sólo se pierden oportunidades de negocios, sino también se reducen las opciones de empleo y las de seguir siendo una plaza atractiva para crecer.
Esperamos que las cifras del IPER sean una señal de alerta, una voz que saque del letargo y, en especial, un llamado a la autoridad a asumir un compromiso más firme para sacar a Biobío adelante y no sólo a esperar que el viento sople en otra dirección.