¡USTED NO LO DIGA!

/ 30 de Julio de 2014
María Angélica Blanco Periodista y escritora.
María Angélica Blanco
Periodista y escritora.

¿Recuerdan al profesor Mario Banderas y aquella frase que convirtió en su caballo de batalla? En el programa Usted no lo diga se esmeró en corregir el poco ortodoxo y escuálido léxico de los chilenos. Muchas veces se refirió a las muletillas, palabras que reiteramos como soporte de nuestras conversaciones. Obviamente, lo hacemos en forma mecánica, sin darnos cuenta. Para quienes nos escuchan con atención, ciertamente resulta desagradable y cacofónico. Una amiga, de ésas que siempre reparan sutilmente en nuestros defectos, me vio en una entrevista televisiva. Nos encontramos, y no pudo dejar de mencionarlo: “Linda, te veías regia. Fue genial lo que dijiste. Pero, anoté un detallito. Dijiste como treinta veces ‘por cierto’. Si te lo comento es por tu bien”. Desde ese día, despojarme de mi muletilla se convirtió en obsesión. Y esa idea también se instaló porfiadamente en mi mente para escudriñar en la voz parlante de los demás. Puedo afirmar que son muy pocos los que no repiten y machacan en nuestros oídos sus vocablos predilectos. Pero, por esta vez, no los voy a delatar. Salvo a un exjefe, que cada mañana me espetaba: “¿Qué me dice de su buena vida?” Yo lo miraba con cara de ogro. Tenía otra frase repetitiva con la que me endulzaba los oídos: ¡Tenida nueva! Yo trataba de explicarle que eran los accesorios los que le daban el giro inesperado a ropa que ya había usado antes. Pero no había forma de convencerlo. En todo caso, era muy astuto. Conocía a pie juntillas una de mis grandes debilidades. Ser trapera.
Recuerdo a una compañera de curso de la Escuela de Periodismo en la U. Católica de Santiago. Su muletilla era hilarante. No podía dejar de decir: “Espérame un chiquitito”. Todo el curso se desternilló de risa cuando un catedrático, conocido por su severidad, la interrogó en una clase. Bloqueada, se quedó meditando unos momentos. Luego, acometió: “Señor, sé la respuesta. Pero, espéreme un chiquitito”. Lo grave es que la interrogaba el profesor de redacción periodística, quien no tardó en reaccionar: “¿Usted quiere ser periodista?, ¿escribir reportajes? Si es así, déjese de pensar en chiquitito”.
Mi mamá, Gabriela Rieutord, solía contarnos que su profesora de francés, que de francesa no tenía ni los genes, ni el apellido ni la pronunciación, a sabiendas de que mi abuelo era un francés de pura cepa, nacido en Nimes, al sur de Francia, la molestaba al pasar la lista, clase a clase. ”¿Mademoiselle Gabrielle Rieutord? ¡Mas oui, tres belle nomme!”. Sólo cesó sus hostilidades al intervenir mi abuelo. Le envió una fotografía autografiada por el general Charles De Gaulle. Tenía varias, pues había combatido en la Segunda Guerra Mundial. Desde aquel episodio, madame no abrió nunca más la bouche.
Las muletillas sirven para sostener una conversación de sobremesa. También, son inspiración de grandes comediantes, como Stefan Kramer. Sus imitaciones de personajes y sus muletillas son imperdibles. Piñera y su tríada de adjetivaciones, en fin, a la hora de citar muletillas me quedo con el No estoy ni ahí, del Chino Ríos. Se retrató él y su generación.

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