Recientemente ha sido conocido un estudio elaborado por el Centro de Investigación en Empresas y Negocios (CIEN) de la Universidad del Desarrrollo relacionado con el costo de la vida en algunas de las principales ciudades de nuestro país. Arroja interesantes indicios respecto de las condiciones de vida a lo largo del territorio nacional.
En concreto, la ciudad más cara para vivir, de acuerdo a este estudio, sería Santiago. La más barata, Talca. Ocupan un segundo lugar cinco ciudades: Punta Arenas, Antofagasta, Viña del Mar, Valparaíso y Concepción. Tras ellos y hasta llegar a la mencionada capital de la VII Región aparecen otras siete ciudades entre las cuales está Rancagua, La Serena, Puerto Montt, Temuco, entre otras.
La metodología del estudio y sus objetivos – por especiales – impiden conclusiones generales, pero “dicen” suficientes cosas que debieran preocuparnos.
Metodológicamente el estudio investigó los precios (en Noviembre 2006) de algunos productos de alimentación (pan, carne, tomates), aseo, comunicaciones, cuidado personal, enseñanza, entretención, transporte, vestuario y vivienda que consume la familia de un ejecutivo de altos ingresos. Por quinta vez consecutiva aparece Santiago como la ciudad más cara para vivir. En el otro extremo Talca desplaza como la ciudad más barata a Copiapó. Cabe agregar que los grupos de precios que hacen de Santiago la ciudad más cara son enseñanza (matrícula y arancel de educación básica, media y superior), vestuario y vivienda que consume un ejecutivo de altos ingresos. Tener presente esto último hace un mundo de diferencia y da luces sobre las conclusiones del estudio.
Es efectivo y real que, por ejemplo, para educar a sus hijos, un alto ejecutivo gaste en regiones, menos que lo que gasta un par suyo en la capital, pero la oferta (calidad, oportunidad, etc.) que ambos tienen es completamente distinta. Comentaremos en el futuro los resultados de mediciones de calidad de la educación de nuestro país. Lo concreto es que en ningún ranking aparecen en lugares destacados, salvo casos aisladísimos y muy excepcionales, en cualquier nivel de enseñanza (básica, media, superior), los de nuestras regiones del sur del país.
Ahora bien, considerando que la oferta de servicios y productos para consumidores de alto nivel es muchísimo más amplia allí, no es sorprendente que sea la más cara para vivir. Lo raro sería que no fuese así porque, entre otras cosas, es en la capital donde mayoritariamente se radican.
Una mirada distinta y dramática es lo que le ocurre a la mayoría y a la sufrida y castigada clase media. Mi impresión es que para ellos las cosas son completamente distintas. Vivir en regiones, en particular de la región del Bío Bío hacia el sur, es mucho más caro. Más ropa (lluvia y frío), más calefacción, más caro el transporte público, también los combustibles (curioso teniendo entre nosotros una de las dos refinerías de petróleo existentes en nuestro país). Peor que todo lo anterior, mucho menos oportunidades.
Hace algunos años, estudios de los denominados regionalistas (entre los cuales me cuento en calidad de aficionado) demostraron que para progresar, las oportunidades eran muchísimas más en Santiago que en regiones. Así, por lo demás lo entiende todo el mundo con los resultados de migración de fuerza de trabajo que demuestran las estadísticas de empleo.
Los derechos constitucionales de igualdad de oportunidades están definitivamente en entredicho para quienes viven en regiones. Corregir esto debiera ser la primera preocupación de las autoridades y representantes regionales, puesto que se requieren políticas, planes y programas, leyes y, especialmente, clara y férrea voluntad de servir a sus semejantes.
Eugenio Cantuarias Larrondo.