A través de una amiga conocí a Raúl Zurita. “Llámalo por teléfono, me dice, te está esperando en su casa para hacerte una invitación”. Lo llamo y me habla con su voz de inflexiones cuyas cuerdas sólo pulsan los poetas, los que seducen con la palabra.
– Serás bienvenida al recital que ofreceré en Concepción en la Escuela de Verano de la U. de Concepción. Bienvenida entre las bienvenidas.
Y allí estuve. Cómo no disfrutar con gente tan cálida, creativa y cercana como Tulio Mendoza, Mario Rodríguez, Eduardo Meissner, Rosemarie Prim, María Nieves Alonso, para saborear la belleza de la palabra. Raúl Zurita, el poeta de “Anteparaíso” y tantos otros poemarios, Premio Nacional de Literatura, quebró el cristal del silencio. Sus palabras refulgían como diamantes o dolían como cuchillos. La emoción se hizo evidente cuando leyó esa espléndida metáfora, “Pastoral de Chile”.
“Así estuvimos entre los pastos crecidos / y nos hicimos y nos prometimos para siempre / Pero tú no cumpliste, tú te olvidaste / y tus párpados y tus piernas se abrieron para otros / Por otros quemaste tus ojos / Se secaron los pastos y el desierto me fue al alma. / Pero yo te seguí queriendo/ Todo Chile se volvió sangre al ver tus fornicaciones / Pero yo te seguí queriendo y volveré a buscarte / Los pastos de Chile volverán a revivir / las playas cantarán y bailarán cuando avergonzada / vuelvas conmigo para siempre / y yo te haya perdonado todo lo que me has hecho / hija de mi patria”.
Después del recital compartimos una copa de cabernet souvignon y empanaditas, en casa de Eduardo Meissner y Rosemarie, ambos, amigos entrañables, dadivosos y pródigos. Con Eduardo, somos amigos desde siempre, ya no recuerdo, son tantos años. Años de beberme con deleite su palabra con sabor a ensoñaciones lúdicas, a fantasías oníricas. Años de hundir mis pupilas en sus cuadros de azul profundo, de girasoles en campos de trigo dorados.
Eduardo seduce con la palabra y con esa exquisita y fina ironía con que escribió Wilde, y que él maneja diestro en una mixtura de ternura y delicioso humor.
Pero Eduardo no sólo pinta, no sólo es coleccionista, escenógrafo, catedrático, profesor Emérito, miembro de doctas academias. También escribe. Y escribe muy bien. Disfruto cuando llega hasta mi oficina y bebemos café. “Café, siempre”, me dice cuando le ofrezco té. Apasionado por Venecia, tiene libros inéditos en espera de su publicación, como El Cementerio de Agua y El Abominable Vuelo de la Gaviota. También inédito, De Ultramar y Turquesa. Estoy leyendo una “nouvelle”, editada por Lar, Juegos de Máscaras. Es evidente la seducción de sus palabras, que escoge con delicadeza y pasión. Como su pasión por las máscaras: “Melissa sin larva casi desaparece en la bruma, pronto sus ojos observan cautos a través de los orificios de la seda, juegan las niñas a ser veraces bajo el antifaz, los cabellos sueltos que cogen, pese a la bruma, los rayos del sol crepuscular. Como figurines de papel entre Diego y el mar se introducen en el agua que les revienta por las canillas y los muslos brillantes, les salpica sexos y ombligos, pechos y axilas, las máscaras albas y los antifaces venecianos contornean ojos llenos de sal y de sol”.
Si estos textos no son publicados, está claro que estamos viviendo la era de la agonía de la palabra, o que somos un país de analfabetos que se olvidó de la seducción de la palabra, valga la redundancia, porque la palabra es la morada del ser.
María Angélica Blanco